El mes de María ha concluido. Además de responder a la invitación del Papa Francisco para rezar en mayo el santo Rosario en familia, hemos tenido la oportunidad de festejarla, invocarla y venerarla en sus diferentes como la Virgen de Fátima o María Auxiliadora.
Mayo terminó con un festejo que nos muestra el rostro humano y dulce de María: la Visitación. Imagino a la Virgen con la urgencia de llegar a casa de su prima para cuidarla y apoyarla en un embarazo seguramente difícil.
Las palabras con las que la recibió Isabel “¿quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme?” fueron la señal divina para saber que podría compartir con ella la alegría que le desbordaba el alma y ya no cabía en su corazón: ser la Madre del Mesías, “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava”.
¡Cuántas emociones, confidencias y experiencias de Dios en sus vidas debieron compartirse! De mujer a mujer, ¿qué más se dirían? Seguramente cocinaban, cosían pañales, se daban consejos y María cuidaba con diligencia a Isabel; la imagino acompañándola en el parto y cuidando al pequeño Juan.
En el pasaje de la Visitación me gusta pensar en María, la mujer asombrada aún, pero obediente y discreta ante los designios de Dios, la mujer que no duda en acudir con su prima con actitud de servicio, la mujer que sabe ser amiga para escuchar y compartir la íntima alegría de ser la Madre de Dios.
Y esa Mujer es nuestra Madre, nuestra amiga, nuestra confidente y está con nosotros como con Isabel, siempre dispuesta y anhelante de servirnos, escucharnos y acompañarnos en las alegrías y en los momentos de prueba. Hoy la necesitamos tanto… “vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos en esta pandemia de coronavirus”.
En los difíciles momentos que estamos viviendo en México por los estragos de la pandemia y por las próximas elecciones, es necesario cumplir cabalmente con nuestro deber ciudadano, votando con una visión cristiana por aquellos candidatos que buscan el bien común y los impulsa para participar en política un afán de servicio.
Lo demás lo dejamos en las manos de Ella, la Virgen de Guadalupe, que también nos vino a visitar y se quiso quedar con nosotros porque ama a México y nos ama como a hijos predilectos. “No hizo cosa igual con nación alguna”.
Participar como buenos ciudadanos y orar como buenos cristianos para hacernos merecedores de sus palabras y de su intercesión para con su hijo: “no estás bajo mi resguardo? ¿no soy yo la fuente de tu alegría? ¿no estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”.
Mayo ya terminó, pero ella permanece con nosotros…
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