Hace más de dos décadas Francesco Marchisano, en aquel momento presidente de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, alentó a considerar a los archivos históricos “lugares de memoria” y “espacios de cultura” en el entendido de que en ellos se conservaba la memoria de la iglesia católica, así como de la nación en la que esta se asentaba, pero también, considerando que través de ellos se contribuía a crear nuevas culturas.
Siempre he creído que, en efecto, los acervos históricos de la Iglesia católica son espacios en los que se conserva la memoria de la institución y parte de la historia de nuestro país; que incentivan la conformación de nuevas culturas en particular y, por ejemplo, a la articulación de una historia narrada con la rigurosidad que exige la disciplina histórica. En este sentido he creído importante ir mostrando la enorme e inigualable riqueza documental que la iglesia católica conserva y protege en nuestro país y comenzaré en esta entrega con uno de los archivos considerados uno de los más antiguos de América: el del Sagrario Metropolitano de México.
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A un costado de la majestuosa Catedral de la Ciudad de México se encuentra el Sagrario Metropolitano, una de las parroquias más antiguas de toda América. Como parroquia, el Sagrario funcionó desde 1523 o 1524. Hasta la segunda mitad del siglo XVIII la sede de esta parroquia se encontraba en interior de una de las capillas de Catedral.
El precioso edificio barroco (su sede actual) que hoy admiramos por su belleza, se construyó entre 1749 y 1768. La parroquia del Sagrario se fundó para atender a la población española que llegaba de la península al “Nuevo Mundo”. Durante la época novohispana y el siglo XIX fue el curato más importante de la Arquidiócesis de México, en virtud de ser la parroquia sede del arzobispo y de encontrarse bajo su jurisdicción una población muy numerosa de fieles.
Durante varios siglos, los párrocos de este curato eran considerados los de mayor “mérito y virtudes” de esta jurisdicción eclesiástica y muchos de ellos ascendieron por sus cualidades de curas a canónigos de la catedral y otros más llegaron a ser con el tiempo arzobispos de México, como Pedro De Fonte (1811-1821) o Manuel Posada y Garduño (1840-1846). Los párrocos de este curato, como todos en la Nueva España, en cumplimiento de lo mandatado en textos conciliares, estaban obligados a dejar un diligente registro de todas las actividades que desempeñaban como “curas de las almas”, es decir, de todos los sacramentos y funciones religiosas que, como párrocos impartían.
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Esta obligación sigue vigente hasta la actualidad. En virtud de ello, los miles de párrocos de este curato legaron un sinfín de manuscritos que con los años se ha convertido en un precioso patrimonio documental. En efecto, en el interior de esta parroquia se conserva, por iniciativa de Monseñor Ernesto Reynoso Valle, el Archivo Histórico que custodia más de 1,600 libros sacramentales, testamentos, amonestaciones y de distintas cofradías desde 1536 hasta el 2002. También cuenta con más de 26 mil de expedientes de diligencias matrimoniales del siglo XIX y XX, con varios libros de sacramentos del Hospital Real de Naturales (1775), del Primer Batallón del Regimiento de Infantería de La Nueva España (1788) y, más extraordinario aún, los libros sacramentales de la Capilla del Rosario para indios mixtecos, zapotecos y extravagantes que se encontraban dentro el convento de Santo Domingo (1703-1807) y que, hasta hace algunos años se consideraban perdidos.
Este rico patrimonio documental resguardado en los archivos históricos, permite no solo reconstruir la historia de la Iglesia católica, es decir, de cómo se ha conformado, cuáles han sido sus funciones o vicisitudes sino también, es una fuente inagotable para que los historiadores, demógrafos y antropólogos reconstruyan dinámicas demográficas y sociales de las poblaciones que nos antecedieron.
*La autora es profesora e investigadora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
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