Después de un sinnúmero de opiniones de expertos, políticos, organizaciones civiles, maestros, etc., y a pesar de las advertencias de los profesionales de la salud, el próximo lunes 30 de agosto nuestros niños y adolescentes vuelven a las clases presenciales, pretendiendo que regresen a una vida escolar que esté lo más aproximado a la normalidad.
Lo cierto es que ellos, igual que todos los adultos que intentamos de diversas maneras protegerlos y apoyarlos en este largo y difícil trance, están irremediablemente forzados a vivir con el sentimiento de la incertidumbre que el pequeño monstruo mutante ha sembrado en nuestras vidas, y han sufrido, igual que nosotros, diferentes pérdidas que marcarán su existencia para siempre.
¿Qué han perdido nuestros niños y jóvenes después de año y medio de no asistir a la escuela? Algunos han reducido las pérdidas al aspecto académico, mientras otros hablan únicamente del aspecto psicoemocional; lo cierto es que ambos repercutirán definitivamente en sus vidas y es necesario situarnos en la realidad para ayudarles de manera asertiva en la construcción de su futuro.
La desigualdad, que ha sido una constante de la educación en México y se refleja especialmente en zonas marginadas o rurales y en los grupos vulnerables, se ha agudizado de manera alarmante provocando una deserción escolar de más de 5 millones de estudiantes, muchos de ellos orillados a abandonar sus estudios por no tener acceso a la TV ni al internet; el poco apoyo y preparación al personal docente para enfrentar los cambios provocados por la pandemia; el contenido deficiente de los programas de estudio y la inexistencia de un plan educativo.
La sobrecarga de trabajo para los papás que además de lo habitual y la afectación personal, en un momento se vieron obligados a hacer el papel de maestros y a convertir su casa en escuela, sin tener la preparación adecuada o las condiciones necesarias en su hogar; el nulo apoyo de las autoridades a las escuelas particulares (más del 40% cerraron definitivamente sus puertas) para enfrentar la crisis y continuar atendiendo a sus alumnos; el cambio abrupto que significó no volver al colegio, ni tener la supervisión del maestro, son solo algunos de los impactos que han afectado directamente a los estudiantes y tienen consecuencias en millones de niños y jóvenes que han truncado su vida escolar y difícilmente se volverán a insertar al sistema educativo por diversos problemas o porque han perdido el interés por el estudio.
Pero cuando hablamos de “millones de estudiantes” debemos pensar que se trata de individuos, niños, niñas, jóvenes… cada uno con una historia personal, afectado por esta pandemia que truncó su vida cotidiana y le ha provocado dolor, miedo, incertidumbre, depresión.
México es el país en el que el covid ha dejado más niños huérfanos y tiene además un alto índice de violencia intrafamiliar que se ha agudizado con el encierro. De pronto los niños y los adolescentes se encontraron aislados en sus casas, perdiendo la oportunidad de socializar y convivir con sus amigos y maestros, algunos en un ambiente hostil, otros cobijados por una familia bien integrada, pero la vida escolar que es actividad más importante, sus rutinas, actividades, horarios, modo de estudiar y la relación con los maestros, directivos y amigos tuvo un alto brutal, y de pronto se encontraron solos y aislados frente a una televisión, celular o tablet.
Sabemos que la función de la escuela no se limita a la transmisión de conocimientos, pues como corresponsable de la educación tiene un papel muy importante en el desarrollo integral de cada persona, incluyendo la urgente educación de la afectividad.
Este lunes nuestros niños y jóvenes regresan a clases, pero regresan heridos porque nunca será igual. En este desafío del covid que para todos es un misterio, debemos esforzarnos para que recuperen no solo el tiempo escolar perdido sino la alegría de vivir, de sentir, de expresarse y de convivir con sus pares y con sus maestros, con una visión cristiana de amor y de esperanza.
“El peligro de contagio de un virus debe enseñarnos otro tipo de contagio, el del amor, que se transmite de corazón a corazón” Papa Francisco.
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
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