Dicen que las personas pesimistas son aquellas que ante una oportunidad ven un obstáculo, mientras que las optimistas son aquellas que ante un obstáculo, siempre encuentran una oportunidad.
Para muchos resulta difícil encontrar lo positivo en una pandemia que ha desestabilizado nuestras vidas, arrebatado a seres queridos, derrumbado proyectos y nos presenta un futuro incierto… sin embargo, también nos ha abierto un abanico de oportunidades que no lográbamos ver al estar inmersos en una dinámica de vida que nos empujaba a lo que considerábamos urgente y no a lo realmente importante y trascendente.
Entre muchas otras cosas, la pandemia nos obligó a permanecer en casa y valorar a la familia, redescubrir el sentido del hogar como el espacio en el que se nos brinda y brindamos seguridad, protección, aceptación y amor incondicional; y la convivencia prolongada también permitió identificar y enfrentar todos esos vacíos y problemas que fácilmente se podían evadir al ocuparse en cosas menos importantes.
Las circunstancias especiales han hecho que un gran número de padres de familia retomen su papel como primeros educadores de sus hijos, no para asumir las tareas de los maestros en casa, sino para no delegar a la escuela lo que les corresponde por obligación y derecho natural: su formación, la educación del corazón, la transmisión de valores, modelar su espíritu para hacer hombres y mujeres de bien y buenos ciudadanos.
La pandemia nos ha dado la oportunidad de darle un justo valor a las personas, dedicarles tiempo, aún a la distancia, a aquellos familiares, amigos o vecinos a los que no nos acercábamos por insensibilidad o por las prisas cotidianas; a practicar con una consciencia renovada por la realidad y el dolor, las obras de misericordia y comenzar a mirar con ojos diferentes todas aquellas cosas que nos quizá nos esforzamos tanto en adquirir y poseer y que considerábamos imprescindibles “para ser felices” y ante la realidad apabullante, hoy carecen de sentido y de importancia.
El COVID nos hizo vivir la Fe fuera de los templos, a apreciar el trabajo constante de los sacerdotes para que los fieles pudiéramos siempre participar en la Santa Misa, o recibir los Sacramentos, además de tantos otros servicios. Y gracias a las circunstancias tan especiales, hemos podido percibir a la Iglesia como Madre preocupada saliendo al encuentro de sus hijos. Resulta paradójico cómo el encierro permitió una mayor proximidad y acercamiento a nuestros párrocos, obispos y cardenales quienes a través de la TV o las redes suplieron y mejoraron la comunicación con los feligreses.
Por encima de las políticas y los políticos, los momentos que vivimos nos brindan la ocasión de ser mejores ciudadanos, sabiendo que la vida propia y las de los demás, dependen de mi conducta corresponsable y solidaria.
La presencia del coronavirus es un misterio. Quizá no podremos entender el por qué de un momento a otro cambió el rumbo de nuestras vidas, de nuestro futuro y del mundo mismo. Lo que es cierto es que muchos difícilmente hubiéramos hecho un alto en el camino para entender el valor de la vida, de la familia, de la educación y de la Fe.
Quizá nuestra soberbia nos había hecho olvidar que Dios es el Señor de la Historia y es también el Padre amoroso que hace siempre lo que nos conviene, y si bien el sufrimiento es mucho, habrá que agradecer al COVID lo bueno que nos ha traído.
*Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
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