Hace unos días tuve el honor de participar tocando el órgano y cantando la Misa de Ordenación de un hermano diácono y un hermano presbítero. Al siguiente día realicé también el oficio y ministerio de canto en la cantamisa del padre Juan Pablo.

Al llegar a la parroquia donde celebramos la cantamisa, que es la parroquia de origen del padre, escuché a dos feligresas de la comunidad decir lo siguiente: “¡Qué bendición que tengamos un nuevo sacerdote!” y la otra persona le respondía: “Sí, pero además es nuestro sacerdote, lo conocemos desde chiquito…”.

Debo compartirles que es muy especial participar en una Misa de Ordenación: se trata de una celebración muy solemne presidida por el Obispo en la cual concelebran los presbíteros de la diócesis y los fieles participan con mucha atención, escuchando la Palabra, respondiendo, cantando y alabando, comulgando. Quienes han participado en una Ordenación, no me dejarán mentir.

Sin embargo, la cantamisa del padre recién ordenado fue especialmente emotiva y participada: asistieron muchas familias completas; el párroco organizó los servicios con los distintos ministerios de la comunidad; el fervor y la unanimidad del canto y las oraciones fueron destacables; el gozo de celebrar la primera misa también se percibía en el rostro del padre.

Quiero hacer una reflexión con ustedes a partir de la palabra dicha por aquella hermana: “nuestro”.

Los apóstoles y discípulos del Señor pudieron convivir con Jesús, ver sus ojos, tocar sus manos, escuchar sus palabras. Para ellos, era “nuestro” Señor. Ahora bien, la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo ha comprendido que aquello que veían quienes conocieron a Jesús ha pasado a la celebración de los sacramentos.

¡Esta es la belleza de la Liturgia! Cristo está vivo y presente. La liturgia nos permite el encuentro con Cristo, con su voz, con su Cuerpo y su Sangre.

El Papa Francisco, en su Carta Apostólica Desiderio desideravi, nos recuerda que el Señor Jesús que fue inmolado ya no vuelve a morir; y sacrificado, vive para siempre: continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos a través de los sacramentos.

Gracias al bautismo pertenecemos a la Iglesia que es Cuerpo de Cristo. Somos sumergidos en el agua para ser “injertados” en el Cuerpo de Cristo y con él podamos resucitar a la vida inmortal.

De esta Iglesia de bautizados nace la vocación de nuestros obispos, presbíteros y diáconos. En la Liturgia ellos hacen presente a Cristo-cabeza que preside las celebraciones y nosotros participamos como Cristo-iglesia, como Asamblea litúrgica unida a Cristo.

La Liturgia es un don de Dios. Nos dejamos conducir por su Palabra y la fuerza de los sacramentos. De manera especial en la celebración de la Eucaristía tenemos el tesoro más precioso que la Iglesia siempre ha custodiado, el mandato del Señor de “haced esto en memoria mía”. Cada Eucaristía celebramos y actualizamos el misterio de la entrega amorosa de Jesús al Padre por nuestra salvación.

Nuestro Señor tiene el deseo de comer la Pascua con nosotros: Desiderio desidervi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar (Lc 22.15).

Nuestros obispos y presbíteros, haciendo las veces de Cristo-cabeza, junto con todos los fieles reunidos en la Asamblea realizan un acto de culto al Padre. A través de los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, cantos, palabras) el Espíritu Santo nos va sumergiendo en el misterio pascual, transformando nuestra vida y haciéndonos semejantes cada vez más con Cristo.

Nuestras celebraciones bajo la presidencia de los ministros sagrados y con el cuidado de cada uno de los elementos rituales nos ayuda a vivir la belleza del Misterio que celebramos. Por esta razón el Arte sacro (es decir las vestiduras litúrgicas, los objetos sagrados, la música, el canto) es parte esencial de la acción litúrgica. Nos ayuda a tener una actitud de asombro frente a la verdad y la belleza divina.

Nuestro canto en la Liturgia son cánticos espirituales impulsados por el Espíritu que anima a las asambleas a la alabanza divina, para gloria del Padre en unión con Cristo. Las oraciones sacerdotales, así como la Plegaria Eucarística, expresadas de manera solemne mediante el canto, propician también una participación plena y activa de la Asamblea. Los ministros de canto (organista, cantor, coristas) al elegir los cantos adecuados, principalmente tomados de los salmos y las sagradas escrituras, animan a la Asamblea a realizar la alabanza a Dios. El canto es, de esta manera un signo de unidad y glorificación al Padre en unión con Cristo.

Algunas conclusiones

La formación litúrgica es muy importante para todos los bautizados. Quienes realizamos una labor docente académica en las Universidades, Seminarios y casas religiosas tenemos la responsabilidad de hacer conscientes a nuestros alumnos y alumnas de la importancia de la Liturgia en la vida eclesial, para que se difunda la formación más allá de lo escolar.

El Papa Francisco pide que nuestras comunidades se formen para la Liturgia y se formen desde la liturgia. Es necesario que nuestras asambleas se reúnan domingo tras domingo bajo la mirada de María, Virgen hecha Iglesia; que los ministros ordenados realicen su acción sacerdotal junto con sus Asambleas, Cuerpo de Cristo.

Es necesario que tanto clérigos como laicos vivamos el Ars celebrandi, el “arte de celebrar”, sin improvisar, respondiendo con nuestros gestos y palabras, escuchando y guardando silencio cuando nos corresponde, ¡cantando a una voz, como signo de unidad y alabanza! Es importante que todo ministro, ya sea ministro ordenado o laico, evite todo protagonismo, pues Jesús resucitado, nuestro Señor, es el protagonista.

Autor: Abel Heriberto Ayala Berber. Docente de liturgia en la Licenciatura en Teología de
la Universidad Intercontinental (UIC).

Más artículos dela UIC: Feng shui, ¿es para católicos?

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

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