A diferencia de la Navidad “light” de hoy, en la que un acontecimiento tan importante para los cristianos suele transformase en una oscura fecha de borracheras, desenfreno, envidia y hasta contaminación ambiental, la noche de Reyes aún conserva algo de esa belleza que la ha caracterizado en nuestro país por décadas.
Me refiero sobre todo a los famosos tianguis a los que asiste la gente sencilla y humilde que busca una pelota, una muñeca de trapo, una bolsita de chocolates adornada con un peluche; gente que busca incluso un descuento para conseguir el último detalle, porque en su bolsillo únicamente sobran unas monedas para el regreso a casa.
Esa noche sí es una verdadera noche de Reyes, con la que mi corazón reboza de alegría y mis emociones se enfocan a un solo pensamiento: “Lo que mueve a toda esa gente que asiste a estos lugares en busca de cumplir pequeñas-grandes ilusiones, no puede ser sino esto: el amor”.
No es necesario ser psicólogos para darnos cuenta de la alegría que reflejan los rostros de aquellas personas afanadas en conseguir el sueño de sus hijos, aún a costa de tenerse que apretar el cinturón por algunas semanas o de usar los mismos zapatos por un año más. Esa noche, el partirse el alma por un hijo, bien vale la pena.
Me me fascina caminar a las doce de la noche entre el bullicio de la muchedumbre, que pretende, a como dé lugar, surtir el pedido realizado a través de una carta hecha por unas manitas llenas de mermelada, que trazaron signos -parecidos más a glifos chinos- que es necesario traducir con la ayuda de los dibujitos que adornan la misiva destinada a Oriente.
Es un verdadero gusto ver esas calles, que de día son frías rutas vehículares saturadas de claxonazos, convertidas en cálidas reuniones de padres unidos por un mismo pensamiento, el cual se comparte con una taza de café o de ponche en un pequeño banco que sirve de pasajero descanso.
Luces y música por aquí y por allá, puestos de juguetes de todo tipo, ropa para niños colocada con mucho cuidado sobre la banqueta, objetos confeccionados con madera para la recámara de los pequeños, dulces, moñitos y envolturas de regalo, todos, todos ellos, forman parte de una gran noche.
¡Oh, gran noche de amor, esperanza, sueños e ilusión! Gran noche en la que se comparte el pan de cada día representado por una exquisita rosca de reyes llena de Niños desnudos. Noche de entrega y de reencuentro, donde los milagros sí existen, cuando los adultos se transforman en niños y sueñan nuevamente en ser caballeros y princesas, osados astronautas, habilidosos cibernautas, famosos deportistas o futuras mamás que arrullan a un bebé que duerme, canta, gatea y orina.
Noche del recuerdo de aquellos lindos ayeres: del trompo, de las “cuicas”, la carreterita, las muñecas o la matatena; el bote pateado, los encantados, burro dieciséis, tamaladas, los “tochitos” o las “coladeritas”. Noche de amor y de gratos recuerdos, en la que se dejaba la comida para el caballo, el camello y el elefante. ¡Gran noche de ternura y de feliz paternidad!
*Salvador Mendiola es Presidente de la Federación Mexicana de Escultismo, AC.
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