Mis nietas han llegado no solo para hacer crecer a la familia, también lograron instalarse en el lugar de honor del corazón de los abuelos y de todos sus tíos; incluyendo a la más pequeñita, que aún sin nacer, es ya tan amada y esperada por sus papás y sus respectivas familias.

Me encanta observar cómo son capaces de dar y recibir tanto amor, las ilusiones que despiertan alrededor de su vida, sus pasos siempre seguros, y los buenos augurios para su futuro, porque nacieron en una familia que ante todo procura su bien y su felicidad.

Sin duda la vida es un privilegio, un Don otorgado por Dios a cada ser humano: “Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tu salieses del seno materno te consagré” (Jeremías1-5). Cada niño es una amorosa creación de Dios, una promesa y una historia que comienza, y aunque Él nos ha dado a cada uno la vida, no todos los pequeños gozan la fortuna de tener unos padres amorosos, un hogar que los acoja, o una mano que los guíe.

La crisis de valores que se vive en el mundo repercute principalmente en los más débiles y frágiles, en los más necesitados y ahí están los niños. Si bien la Declaración Universal de los Derechos Humanos indica que “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”, la realidad nos grita que cada vez es mayor el número de menores que viven en pobreza extrema, sin oportunidad de recibir una educación escolar; niños “de la calle” abandonados a su suerte, que son víctimas de abuso y de violencia, objetos de venta, esclavizados o entrenados como sicarios, niños y niñas migrantes con un futuro incierto. Y están también los más pequeños, los que fueron pensados por Dios pero sus padres les negaron la vida.

¿Cómo aliviar tanto dolor?

No será suficiente acordarnos de ellos como cada Navidad para regalarles todos aquellos juguetes y ropa “en buen estado” que serán reemplazados por los nuevos que traerán los Reyes Magos a nuestros niños; tampoco lo serán las posadas y fiestas navideñas, porque su realidad se hará presente al día siguiente.

No podemos acabar con tanto dolor, tanto mal tan extendido en nuestro entorno, pero siempre tendremos la oportunidad de aliviar el de los niños y niñas menos afortunados que cruzan por nuestro camino: darles una sonrisa y no un gesto molesto a los que se acercan al auto para limpiar el parabrisas, “adoptar” a alguno brindándole lo necesario para que asista a la escuela, esforzarnos por procurarles lo que necesiten de acuerdo a nuestras posibilidades y generosidad y no lo que nos sobre y rezar siempre por aquellas mujeres que consideran la posibilidad de terminar con la vida de sus hijos.

Cuando mires los ojos de tus pequeños hijos o nietos, ve a través de ellos los ojitos de otros niños que buscan el amor que les negaron, reza por ellos y encuéntralos en tu camino, por donde seguramente han pasado tantas veces inadvertidos.

Éste puede ser un propósito permanente con el que podemos preparar la llegada del Niño de Belén que vino al mundo como uno más entre los pobres.

 

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

 

Consuelo Mendoza García

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos.

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