Desde hace décadas, los embates en contra de la vida y la familia han sido persistentes y han logrado penetrar en las conciencias de las personas que, persuadidas por el relativismo y el individualismo característicos de esta época, van cediendo a los argumentos que sin ningún fundamento científico, ético y moral, justifican y ven como “solución” a las mujeres que han quedado embarazadas y no desean ser madres.
Después de varios intentos por despenalizar el aborto y a pesar de la decisión de varios estados por proteger la vida desde la concepción, hoy la existencia y futuro de miles de bebés penden de la decisión de un puñado de hombres y mujeres que, revestidos por el cargo de ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tienen la obligación y oportunidad de cumplir cabalmente con la ley, respetando la soberanía de los estados. No es correcto interpretar mañosamente las leyes para justificar lo injustificable.
El aborto jamás será la solución para el drama que viven muchas mujeres, que seguirán siendo víctimas de la pobreza, la violencia y el abuso, mientras el estado no solucione sus necesidades básicas y les proporcione las herramientas necesarias para tener una vida digna y un mejor futuro.
Los ciudadanos hemos conferido a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación una gran responsabilidad, que exige coherencia que se debe reflejar en el respeto a los derechos fundamentales de los mexicanos, como es el primer derecho: el derecho a la vida.
En las dolorosas circunstancias que hoy en día vive nuestro país azotado por la pandemia, por el crimen organizado, por la violencia en todas sus facetas, el desempleo y la pobreza que cada día aumenta y afecta a más familias, la despenalización del aborto será una decisión arbitraria y vergonzosa que sólo derramará más sangre.
Ya lo dijo la Madre Teresa de Calcuta, cuando al recibir en la ONU el Premio Novel de la Paz afirmó que: “El aborto sólo lleva a más abortos. Un país que acepta el aborto no enseña a su gente a amarse unos a otros, sino a utilizar la violencia para conseguir lo que quieran. Es por eso que el mayor destructor del amor y la paz, es el aborto”.
Ante el vacío de las autoridades que no escuchan las necesidades reales de la ciudadanía, es necesario trabajar unidos para establecer en México una verdadera cultura de paz, en donde por encima de todo, se aprecie y se respete la vida y el valor de la dignidad de cada ser humano; como sociedad redoblar nuestros esfuerzos para evitar que las mujeres caigan en el engaño de ver al aborto como solución. Porque a pesar de lo que digan algunos ministros de la Suprema Corte de justicia: El derecho a la vida no es negociable.
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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