Quizás no nos habíamos dado cuenta de lo ausentes que estábamos hasta que llegó el momento obligado de no salir o salir absolutamente para lo necesario.
Muchos añorábamos el fin de semana para dedicarlo a la familia, pero pasaba demasiado rápido; y luego, a volver a la rutina del trabajo, de las escuelas, de las actividades que nos permitirían proyectar un futuro para “vivir mejor”.
Llegó lo imprevisible, y de golpe todo se detuvo, lo sabemos muy bien, y hoy la casa es el único refugio del que salimos sólo para lo necesario.
Para algunos, el “estar” se convirtió en la oportunidad de entender que no es suficiente convivir los fines de semana para conocer el corazón de cada uno de los que forman su familia; que proveer no es sinónimo de dar lo necesario, que educar no es sólo asunto de la escuela, y que la más bonita de las casas es fría y hasta hostil si no la transformamos en hogar.
La violencia doméstica ha llegado a niveles verdaderamente preocupantes, en muchas ocasiones provocada por las situaciones que viven tantas familias en condiciones precarias e indignas; pero también porque con la convivencia prolongada las parejas han tenido que enfrentar todas aquellas diferencias que irremediablemente han aflorado y habían logrado evadir antes del COVID.
Lo cierto es que, en una época en que la familia ha sido ferozmente atacada, hoy tiene la oportunidad de SER y volver a lo que debió haber sido: la célula de la sociedad, el lugar natural donde se forman las personas unidas por lazos de sangre y lazos de amor; ya lo había dicho San Juan Pablo II: la familia “es la base la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían por toda su vida”.
La tragedia de la pandemia nos ha enfrentado no sólo a la amenaza de la enfermedad y pérdida de seres queridos, nos ha enseñado también que vivíamos una vida en la que lo urgente sustituía a lo importante.
Hoy conocemos el valor y también lo efímera que puede ser la vida; la miseria y las diferencias sociales han quedado evidenciadas, y mientras algunos tienen que salir a ganarse la vida a pesar de los riesgos que corre, otros han guardado en el armario tantas cosas que antes les parecían indispensables y hoy no se necesitan en casa.
Hemos palpado las consecuencias de una sociedad y un gobierno que no han trabajado por el Bien Común, pero también como nunca, tenemos la oportunidad de construirlo desde nuestro hogar.
“El futuro depende, en gran parte, de la familia, lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz”.
*Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
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