La vida espiritual del ser humano tiene múltiples manifestaciones de acuerdo con la educación religiosa, la cultura, o simplemente con el resultado de las propias búsquedas personales. La reflexión sobre la interioridad y la trascendencia siempre ha provocado en el sujeto pensante la necesidad de definir lo que se es, o lo que se desea alcanzar, más allá de las expectativas materiales y temporales.
El hombre es espiritual por naturaleza y capaz de generar una sensibilidad de aprecio por lo divino, de hecho, en todas las religiones del planeta y en las culturas que poseen tradiciones espirituales, se ha querido explicar el alcance de contacto con lo sagrado a través de mitos, ritos o experiencias que tocan lo sobrenatural o lo esotérico en grado sorprendente.
A todo esto, se le puede catalogar como experiencia mística, ya que es un modo de tener la visión de la divinidad, o como una vía de ascenso hacia la participación de realidades superiores. Generalmente, la capacidad mística es atribuida a personajes iluminados, envueltos por un halo de misterio y de virtud extrema que ha requerido de un esfuerzo sobrehumano para adquirir la experiencia extática.
En efecto, este tipo de personajes los ha habido a lo largo de la historia humana y en las diferentes tradiciones religiosas; místicos budistas, hebreos, hindúes, helenistas, cristianos, islámicos, etc., quienes han emprendido sus propias sendas hacia la vida perfecta, hacia la percepción de lo sagrado, o hacia la plena intimidad con el ser Absoluto.
Desde la experiencia cristiana, el itinerario místico parte de la fe bautismal que se esfuerza por alcanzar a Cristo en sus cualidades como Hijo de Dios, y no por medios sobrehumanos sino siguiendo la ruta de la caridad, de la obediencia al Padre y de la práctica de la misericordia, pero siempre bajo el auxilio de la gracia del Espíritu Santo.
Esto es lo que experimentaron los primeros cristianos, cuando, antes de ser contemplativos, fueron mártires, fueron creyentes que quisieron ver el rostro de Dios “cara a cara”, o que simplemente desearon unirse tan estrechamente con Él a modo de poder decir: “no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”.
Más de uno pensará que para alcanzar la percepción divina se debe entrar en la total pasividad, sin embargo, en el caso de la mística cristiana, hay un camino de acción que se desarrolla en la cotidianidad, porque, partiendo de la fe personal, se logra entender que es Dios quien elige, convoca y permite el acceso a su estatus de gloria, es así como Dios se muestra como Misterio a sus hijos para que le conozcan mejor y le gocen. Es una relación de interioridad pero a la vez de donación, por eso, en la base de esta mística resuena el precepto de Jesucristo: “amarás a Dios sobre todo y a tu prójimo como a ti mismo”.
Otros recursos que complementan este itinerario son la ascesis, entendida como la constante intención de conocer el objeto divino de predilección, porque aquello que atrae se conoce, se persigue, se ama, hasta alcanzar la plena unión e identidad con él. Por esta razón, el lenguaje místico adquiere una simbología nupcial, del encuentro del esposo con su amada, es decir, Dios que conquista al alma que lo anhela.
Estos temas están presentes en la Biblia y en la poesía religiosa cristiana. También el esfuerzo de purificación anímica, la renuncia al mal, al pecado, a las pasiones; la búsqueda de la gracia divina para impulsar nuevas potencias en el alma son elementos necesarios para emprender el ascenso espiritual.
Y, sin lugar a duda, la oración es el método privilegiado, eficaz y productivo como camino hacia la mística personal, porque hace referencia a la relación, al encuentro con lo divino, de tal manera que el creyente siempre encuentra en la plegaria el espacio para el coloquio íntimo, confiado, edificante, unitivo con el Ser que le corresponde con grácil afecto.
Finalmente, no se requiere de espacios específicos para alcanzar una vida mística, díganse eremitorios o monasterios, tampoco hace falta provocar fenómenos extraordinarios, como los arrebatos extáticos experimentados por algunos santos, simplemente se requiere hacer consciencia de que la identidad espiritual del cristiano es un permanente crecimiento en Dios, es la búsqueda perenne de iluminación por medio de su Palabra, y la promoción de dones y carismas provenientes del convivio con la gracia santificante a través de los sacramentos.
La mística cristiana se goza de modo íntimo, pero ese vínculo interior con Dios se irradia en los modos de actuar con la familia, con los amigos, en las actividades grupales, en los proyectos humanos que realiza el fiel de Cristo, porque es la propia fe madurada la que guía y fortalece al individuo para vincular su vida a Dios y a las realidades en las que vive para participar de “la manifestación gloriosa de los hijos de Dios” e implantar su Reino de paz, justicia y amor, porque “el Reino de Dios no es comida ni bebida, sino paz y gozo en el Espíritu Santo”, porque la vida mística es una vida vivida en profunda unión con Dios, quien nos inspira a vivir a su lado eternamente.
Autor: P. Alberto Hernández Ibáñez, Director de la Licenciatura en Teología de la Universidad Intercontinental (UIC) y sacerdote de la arquidiócesis de México.
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