El 11 de marzo de este año visité la Isla de Zancudo, una de las comunidades de nuestra Misión (de Misioneros de Guadalupe), en el Vicariato de San José del Amazonas, Perú.

En estas misiones se trabaja con el llamado “animador cristiano” de la comunidad. Son 46 los caseríos registrados del Puesto de Misión para la Parroquia de la Inmaculada Concepción; tendrían que ser, por lo tanto, 46 animadores cristianos, hombres o mujeres, aunque no en todas las comunidades hay alguno.

Al llegar a Isla de Zancudo transportado en la embarcación, me orientaron algunos vecinos hacia la casa de Obdulio, animador cristiano de 78 años. Visitarlo era mi primera intención pero cuando llegué no se encontraba; estaba Teolinda, su esposa, de mayor edad aún, que él. La señora me recibió, amablemente, informándome que Obdulio había ido a pescar; “fue a buscar la vida”, dijo. Ella se había quedado en casa para atender trabajos del hogar, donde ya viven solo ellos dos. Y es aquí en donde encuentro el inicio de la “misión compartida”.

El animador cristiano es encargado de coordinar las actividades litúrgicas y eventualmente catequéticas de la comunidad cristiana en cada caserío. Su rol es más que importante: convocar a esa comunidad para, a través de la celebración (dominical, principalmente), reconocer la soberanía de Dios sobre la vida de su pueblo.

El animador cristiano comparte con el sacerdote y todo católico la responsabilidad de equipar espiritualmente al pueblo de Dios. No está él ahí para substituir al sacerdote cuando este no puede hacer la visita. El animador comunitario tiene un rol genuino, independiente del rol del sacerdote o del religioso del equipo misionero.

La esposa de Obdulio no es animadora de la liturgia de la comunidad cristiana; sin embargo, también forma parte del “equipo misionero”, comparte la misión de Cristo con su esposo. Es una misión íntima, necesaria para verter el amor de pareja que anima Dios, a la construcción de su familia en la comunidad cristiana. En pocas palabras, compartimos la misión de Cristo con nuestros animadores cristianos, alma misionera en cada caserío.

El término “misión” lo podemos entender en un doble sentido: en primer lugar como “envío del Hijo de Dios”, refiriéndose concretamente al envío de Jesucristo al mundo nuestro, por el Padre creador de todo, en el Espíritu Santo de su Trinidad Santísima. Es, entonces, misión de Jesucristo, esencialmente de salvación y liberación del género humano. El envío de Jesucristo se realiza en una dinámica de diálogo de la Trinidad de Dios.

En segundo lugar, misión es, por parte de Jesucristo, el “envío de sus discípulos” para continuar la obra iniciada por Él. Este particular aspecto del envío, implica a la comunidad de los creyentes, la Iglesia, que es precisamente el contexto comunitario en el que Jesucristo envía a cada fiel suyo a dar testimonio de Su salvación y liberación.

¿Y qué entendemos por “compartir”? Hablar de una misión que es compartida, es reconocer el “carácter distributivo” de la misión de Jesucristo. Sorprende darnos cuenta cómo es que el Señor reparte esa tarea divina, confiada a Él por el Padre de la vida, en el Espíritu Santo que los une.

Es desde esa vida divina compartida, como entendemos la manera en la que Jesús nos hace responsables de quehaceres propios de su misión. El carácter dialógico por el cual se reconocen las tres personas de la Trinidad es el modelo de participación misionera nuestra. Es así como compartimos la misión que Cristo nos confía en dinámica de diálogo.

La Misión de Cristo no puede ser de una sola persona. Misión es diálogo, por eso tiene interlocutores que hacen vivo el testimonio salvífico de Cristo como sucede tanto con Obdulio, el “animador cristiano” necesario con la comunidad convocada para el rezo en grupo, como con su familia. Mi presencia en la Isla de Zancudo tuvo a las familias como preocupación particular. La “familia”, de padres e hijos, o incluso de padre o madre solteros, es otro interlocutor necesario, cuando hablamos de misión compartida. Dios tiene un particular mensaje de amor para cada familia, y encarga a esta el amor de cada miembro. Así que, compartimos la misión de Cristo con las familias.

La fuerza salvadora de Dios, su amor que es único, impacta de manera diversa en nuestras vidas. Dios nos va salvando en las diversas dimensiones de nuestro ser, según nos vayamos abriendo a ese Amor salvador. Y es en esa misma medida que compartimos la misión confiada por Él: es a través del amor único de Dios como vamos llegando de manera diversa a la vida de nuestro prójimo, según la apertura expresada.

Entonces, ¿qué se comparte? lo que se comparte es el anuncio y testimonio del kerigma cristiano, es decir, de la vida, muerte y resurrección de Cristo; anuncio y testimonio, generadores de las fuerzas de Dios que salvan nuestras vidas. Es el kerigma de Cristo, que nos proyecta a las áreas de atención humana y, por tanto, al anuncio de la integralidad de la salvación traída por Cristo. Entonces, así se entiende mejor la tarea de compartir la misión de salvación traída por Dios, en Jesucristo, por el poder de su Espíritu.

Y ese anuncio se compartió durante la experiencia de misión en la Isla de Zancudo a través de la Misa, de la “Eucaristía” que como celebración por excelencia, forma parte de la misión compartida. Jesucristo nos comparte el Amor del Padre, a través del pan y sangre de vida, invitándonos a compartir ese banquete, que nos hace instrumentos de salvación para el mundo. Es Dios, en Cristo, que se nos da como alimento de vida eterna.

La misión confiada a nosotros por el Señor tiene interlocutores que convierten el evangelio en la misión donde compartimos todos la salvación y liberación de Cristo.


Autor: Mtro. Javier González Martinez, MG. Ex director del Instituto Intercontinental de
Misionología de la Universidad Intercontinental (UIC). Actualmente misionero en Perú

Universidad Intercontinental

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