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“El suicidio no es el problema en sí; es una manifestación de sufrimiento profundo que necesita ser escuchado y acompañado”.
Cuando comencé a dar cursos sobre prevención del suicidio, muchas instituciones me rechazaron. Me decían: “No me gustaría dar un curso sobre eso, no vayan a pensar que sucede aquí” o “no lo necesitamos, eso aquí no pasa”. Es común pensar que el suicidio es un problema que les ocurre a otros, pero no a nosotros.
Creemos que solo afecta a quienes viven en pobreza, guerra, enfermedad o situaciones de vulnerabilidad. Sin embargo, el suicidio no distingue edad, condición social ni contexto. Hay muchas experiencias dolorosas que pueden llevar a una persona a desear la muerte como medio para terminar con su sufrimiento. Antes de profundizar en ello, es importante aclarar dos mitos muy comunes que impiden visibilizar el suicidio como un problema real.
El suicidio es un problema de salud pública global que impacta a personas de todas las edades y condiciones sociales. Por lo tanto, es probable que, aun sin saberlo, conozcamos a alguien que haya tenido pensamientos suicidas, haya intentado quitarse la vida o incluso lo haya logrado.
Este pensamiento nos ciega ante la posibilidad de que esto ocurra a las personas que nos rodean y, en consecuencia, limita nuestra capacidad de reconocer señales de alerta y ofrecer apoyo a quienes lo necesitan.
Esta es una idea común, sin embargo, la realidad es justamente la contraria: hablar del suicidio puede salvar vidas. Conversar sobre el tema puede ser la única oportunidad para que alguien exprese un sufrimiento que lleva tiempo reprimiendo y acceda a una ayuda real, evitando que cumpla su deseo de morir.
Me atrevo a decir que la conducta suicida no es el problema en sí, aunque sin duda pone a la persona en grave riesgo. Más bien, es la manifestación de un sufrimiento profundo, acompañado de la percepción de no contar con los recursos necesarios para enfrentarlo. Ante esta desesperanza, la muerte comienza a parecer la única salida.
Siempre debemos partir de la premisa de que las personas tienen sentido. Es decir, resulta comprensible que alguien, después de atravesar experiencias extremadamente dolorosas, contemple la muerte como una alternativa posible. Esta mirada nos permite ir más allá de la conducta suicida, que es la punta del iceberg, y reconocer el sufrimiento real que hay detrás.
Desde ahí se abre la posibilidad del diálogo y del acompañamiento, atendiendo la necesidad concreta y la situación de vulnerabilidad en la que la persona se encuentra.
Es importante aclarar que esto no significa excusar, promover ni minimizar la gravedad del riesgo en que está una persona con ideación o conducta suicida. Lo que se busca es no reducir la mirada únicamente al acto o a la idea, sino partir del origen, comprendiendo aquello que genera su angustia y desesperanza.
Al hacerlo, podemos brindar un acompañamiento más humano y efectivo, ayudando a la persona a sentirse escuchada, comprendida y validada, y apoyándola a buscar los recursos que necesita en la situación en la que se encuentra.
Creo firmemente que hablar del suicidio de manera responsable salva vidas. Por eso comparto algunas de las preguntas más frecuentes que me hacen en los cursos de prevención del suicidio.
¿Qué hago si un amigo, hijo o alumno me dice que quiere morir?
Primero, es fundamental saber qué NO hacer. Frases como “no digas eso”, “la vida es hermosa”, “piensa en lo mucho que te quiere tu familia” o “esto pasará pronto” pueden invalidar el profundo dolor de la persona. Aunque bien intencionadas, estas respuestas solo dificultan que la persona verbalice su sufrimiento o busque ayuda.
Además, enfocarse en lo “bonito de la vida” puede provocar que la persona piense: “Si todo es tan bueno y yo sigo sintiéndome así, entonces el problema soy yo”, aumentando el riesgo de que atente contra su vida.
Qué SÍ hacer: escuchar contener y derivar
Cuando alguien está en crisis, la función principal de familiares, docentes, acompañantes o amigos no es dar soluciones rápidas ni actuar como terapeutas, sino acompañar. La regla básica es: escuchar, contener y derivar.
Una de las dudas más frecuentes es cómo detectar si alguien cercano, un amigo, un hijo o un alumno, tiene pensamientos suicidas. La clave es preguntar. Hablar del tema no genera la idea, sino que abre la posibilidad de expresar el sufrimiento.
La forma de preguntar puede variar según la edad o contexto. Ante un adolescente angustiado, se puede iniciar con: “Ante este problema, ¿qué posibilidades ves para resolverlo?”. Las respuestas “ninguna”, “que todo desaparezca” o algún chiste o comentario que haga alusión a la muerte pueden ser la puerta de entrada a una conversación más profunda.
El uso de expresiones figurativas también ayuda: “Algunas personas, cuando se sienten muy desesperadas, piensan en desaparecer o incluso en acabar con su vida. ¿Te ha pasado algo así?”.
Estas preguntas, hechas con tacto, invitan a la persona a hablar de lo que quizá nunca se había atrevido a verbalizar. A veces no es fácil decir “me quiero matar”, pero ofrecer un espacio seguro y abierto puede darle la oportunidad de reconocer su sufrimiento y comenzar a recibir ayuda.
Esta es otra de las preguntas más frecuentes en mis cursos. Muchos piensan que se debe únicamente a factores culturales que limitan la expresión emocional de los hombres, y aunque esto influye, no explica por completo la diferencia.
Según el INEGI (2025), en México la tasa de suicidio consumado en 2025 fue de 11.2 por cada 100,000 hombres, frente a 2.6 por cada 100,000 mujeres, casi cuatro veces mayor. En contraste, los intentos de suicidio son más frecuentes en mujeres: en 2023 representaron el 70% de los intentos, frente al 30% en hombres (CONASAMA, 2025).
Esta diferencia tiene varias explicaciones. Por un lado, factores de personalidad como la impulsividad y la reactividad emocional pueden hacer que las mujeres intenten más, pero suelen emplear métodos menos letales, lo que aumenta las posibilidades de intervención y rescate. En cambio, los hombres tienden a utilizar métodos más letales desde el primer intento, lo que eleva el riesgo de consumación (INEGI, 2025).
A ello se suma el efecto de normas de género: muchos hombres enfrentan dificultades para reconocer su vulnerabilidad o pedir ayuda debido a expectativas culturales que asocian la fortaleza con el silencio emocional, lo que puede retrasar la búsqueda de apoyo profesional y aumentar el riesgo (Gálvez, 2025).
El suicidio no es un problema lejano ni ajeno; está presente en todas las comunidades y afecta a personas de todas las edades y condiciones sociales. Por ello, es urgente aprender a hablar del tema de manera responsable y abierta. No debemos quedarnos únicamente en la conducta visible de la persona, que es solo la punta del iceberg, sino mirar el sufrimiento que hay detrás y reconocer su dolor. Hablar del suicidio permite visibilizar estas experiencias, derribar mitos, brindar apoyo y orientar a quienes lo necesitan hacia recursos adecuados.
Recursos de ayuda
Si tú o alguien que conoces está en riesgo, busca ayuda profesional o llama a la Línea de la Vida (México): 800 911 2000. Si deseas más información sobre cursos de prevención para tu institución, contactame en: contacto@marianabeltrandelrio.com
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