En la casa había una mesita de madera que tenía encima una Biblia de canto dorado, de tamaño enciclopedia y a la que sólo tocábamos para quitarle el polvo que caía en esas hojas abiertas que mostraban unas imágenes de pasajes bíblicos. Era un objeto sagrado, merecía todo nuestro respeto, tanto que ni siquiera la ojeábamos. Allí estaba, como la puerta de Alcalá: viendo pasar el tiempo. Les confieso: nunca leí esa Biblia.

No existía en la familia el hábito de leer la Biblia, asumíamos un tanto inconscientemente que la lectura de la Biblia era para otras maneras de creer. Nosotros con tenerla expuesta en la sala teníamos un espacio sagrado.
Con el pasar del tiempo, tuve la oportunidad de que alguien me presentara por primera vez un texto bíblico, me ayudara a buscar un libro dentro de la misma, a comprender los numeritos y un par de letras que habían apuntado en el pizarrón.

Fue hasta ese entonces que comprendí aquellas mantas que ponían en la zona de anotación en los partidos de futbol americano: Jn 3:16. ¡era un código, una pista, una forma de decirle a quienes si sabían: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único hijo para que todo el que crea en él no se pierda, sino que te tenga vida eterna…”

Todo ese texto estaba detrás de esa cita bíblica.  Una vez que sabes que tiene 73 libros, luego que cada uno de ellos se abrevia de cierta forma, que está dividida en capítulos y estos a su vez en versículos; que además se debe comenzar desde un Evangelio para ir saboreando poco a poco y desde lo más sencillo a la Palabra de Dios.

También, que no es una lectura de corrido, sino que es un diálogo con el Señor, que hay que dejarse tocar por su Espíritu para escuchar con el corazón su mensaje y resignificar los pensamientos las palabras y las acciones para hacerla vida, aquí y ahora.

Hoy, 30 de septiembre, nos encomendamos a San Jerónimo para que interceda por nosotros y seamos capaces de descubrir lo que Dios quiere decirnos a través de su Palabra.

 

*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

Abraham Flores

Educador. Casado y padre de tres hijos. Ingeniero químico con estudios de filosofía, antropología, teología e impro teatral. Desarrollador de procesos creativos para empresas, instituciones (eclesiales y gubernamentales), organizaciones de la sociedad civil. Evaluador de proyectos de inversión y consultor en procesos de desarrollo del cliente. Flp 4,13.

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