“La batalla cultural” es el penúltimo libro del argentino Agustín Laje Arrigoni, publicado en 2022 por Harper Collins, en México. Con casi 250 autores citados, Laje nos da mucha luz para entender un mundo en permanente convulsión cultural. Vivimos en una continua batalla por la cultura para recuperar el sentido común, la verdad sobre el hombre y sobre la realidad.
Ideas muy presentes en su libro son las de modernidad y post-modernidad. Se trata de dos épocas de la historia de nuestra cultura occidental. La modernidad desde el siglo XV hasta el XX, y la post-modernidad desde el siglo XX hasta la fecha. Fue en la modernidad cuando ocurrió la Revolución Francesa en el siglo XVIII, donde inició el punto de quiebre y el declive de nuestra cultura.
Si el pensamiento cristiano fue el dominante en épocas anteriores, a partir del siglo XVIII comenzaron a aparecer las ideologías. Estas son un conjunto de ideas abstractas e ilusorias que no tienen correspondencia efectiva con la realidad del hombre y de su historia, y que pretenden forzar a la persona y a los pueblos a tener una nueva manera de existir, apoyada con el poder de la legislación.
En ese siglo apareció también la democracia liberal como sistema político y las consecuentes batallas electorales. Empezaron a surgir hombres de la política que no siempre fueron representantes de los valores del pueblo, sino que intentaron rediseñarlos modificando la opinión pública a través sus intelectuales y periodistas asociados.
Son los políticos quienes iniciaron, desde entonces, las batallas culturales. Estas continúan con más intensidad en esta época post-moderna que nació en el siglo XX y hoy son apoyadas por los movimientos sociales. Nuevos relatos han aparecido en la cultura: la inteligencia artificial, el consumismo, el individualismo, la búsqueda desenfrenada por el placer; la relativización de la verdad, la moral y la belleza, la deconstrucción de la familia, el ataque a la razón. Vivimos hoy fragmentados en colectivos, razas, clases, sexos y orientaciones sexuales. Todo tiene significados culturales y por eso las batallas por la cultura serán decisivas en los juegos por el poder.
Vivimos en la época de la imagen. Las pantallas lo han invadido todo y bastante han disminuido nuestra capacidad de razonar, lo que ha sido bien aprovechado por los políticos que se sirven del mundo de la imagen para posicionarse frente al público para mantener su popularidad. La nueva forma de hacer política, entonces, es psicológica. Para dominar al mundo habrá que lograr que los pueblos vivan en la superficialidad, y las personas sean despojadas de todo razonamiento y de vida interior. Nos vigilan, nos conocen y tienen todo para manipularnos. Les hemos proporcionado nuestros datos personales a las grandes empresas informáticas a través de nuestros perfiles en redes sociales.
Laje advierte el peligro: se ha abierto paso en el mundo un poder global mientras que los contornos de las naciones se difuminan, tanto por las migraciones masivas como por el ataque deliberado contra los sentimientos nacionales. Estos poderes internacionales son los que hoy definen los Derechos Humanos y los imponen a los Estados. ¿Qué democracia hay en estas organizaciones? Aquí sólo hay mucho dinero y grupos de poder elitista.
En un capítulo complejo de su libro, Agustín Laje explica la vigencia del binomio “derecha” e “izquierda” como puntos de referencia en el ámbito político. Una nueva fractura cultural apareció en la segunda mitad del siglo XX y con ella se definió una nueva izquierda política: fue la Revolución Cultural en Francia en mayo de 1968 la que cambió la vieja lucha de clases de la izquierda política por la guerra de sexos. Se cuestionan todas las costumbres y tradiciones de la sociedad, y se proclama la voluntad de hacer realidad una nueva revolución sexual y moral.
Más que una revolución es un progresismo que debe avanzar en el tiempo. Se protesta contra toda jerarquía, tradición y autoridad. Se combate lo sagrado. La sexualidad se vuelve materia política y se exalta la auto percepción hedonista. Todo se vuelve inestable, desde las normas y los gustos, hasta las identidades sexuales y las familias. Es la lucha para que el socialismo triunfe y, en esta lucha, la familia como institución, debe ser demolida. Liberando los instintos sexuales se terminará por desmantelar la familia y la cultura actual.
¿Qué le corresponde hacer a los diversos grupos de derecha política, enemigos de esta nueva izquierda o progresismo demoledor? Primero deberán superar sus divisiones internas y curarse del economicismo y de la tecnocracia, es decir, de creer que la solución a los problemas sociales radican en la economía. Los derechistas balbucean ante el feminismo y los grupos LGBT. Creen que la cultura está compuesta de números y fórmulas. En los debates culturales se quedan callados y terminan por asumir una postura política de centro, pero de esa manera se convierten en tecnócratas globalistas, progresistas.
Otra enfermedad de la derecha política es el religiosismo: creer que la solución a los problemas debe quedar en la oración y no en la participación política. El hombre religioso debe aceptar que hay una conexión entre su religión y la política; de otra manera cava su propia tumba. Por supuesto que se debe respetar el Estado laico y ninguna religión debe convertirse en guía de lo que debe hacerse, sino que los hombres religiosos han de buscar los valores que defienden numerosas religiones, para luchar por ellos en la plaza pública. Pero no sólo las personas religiosas están invitadas a conformar una “nueva derecha” política, sino todos aquellos que quieran resistir al desmantelamiento cultural que lleva a cabo hoy el socialismo; todos aquellos que quieran armonizar las relaciones entre razas, sexos y clases sociales.
Recomiendo ampliamente “La batalla cultural” de Agustín Laje. Es un libro denso, de 486 páginas, no fácil de leer en algunos de sus capítulos y escrito, más bien, para quienes tienen formación académica universitaria. Lo recomiendo especialmente para jóvenes que estén confundidos y cansados del discurso progre destructor que hoy domina la vida cultural, y que quieran despertar para emprender la lucha por una civilización anclada en sus raíces, en su cultura y tradiciones.
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