Hay ciertos pasajes en los Evangelios que narran sucesos en los que Jesús expresa sentimientos que nos permiten identificarnos con Él, pues como verdadero hombre, reía, se enojaba, se conmovía, amaba a sus amigos y sentía también profunda tristeza.
Así, San Juan, en el capítulo 11, refiere cómo, antes de volver a la vida a Lázaro, “Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!”.
Quizá esta narración nos permita darle sentido a la tristeza que muchos experimentamos en estos tiempos de pandemia y que, más allá de un sentimiento estéril, es fruto del dolor de la pérdida de un ser querido, de la impotencia ante la amenaza de un virus letal, o la empatía con el hermano que sufre.
Tristeza ante la incertidumbre y miedo que provocan las noticias, cada vez más frecuentes y cercanas de amigos, familiares o conocidos, que se han contagiado, y sus vidas y nuestras vidas parecen pender del azar.
Tristeza por la actitud de miles de personas que desestiman la amenaza de la pandemia, que actúan indiferentes al dolor ajeno, que continúan su vida de manera irresponsable, poniendo en riesgo a su propia familia y a quienes les rodean.
Tristeza al escuchar los noticieros y saber que los servicios hospitalarios son insuficientes, que los médicos, enfermeros y demás personal sanitario están cansados, rebasados, y no obstante, firmes en el cumplimiento de su deber, arriesgando día a día la propia vida para salvar la de los demás.
Tristeza por autoridades ciegas ante lo evidente y sordas a las voces que suplican y exigen mejores estrategias para combatir la pandemia y proteger a la ciudadanía.
En una época en que el hombre se sentía sobrado de sí mismo y había borrado a Dios de su horizonte, el dolor ha tocado a nuestras puertas. ¿Cómo transformar esta justificada tristeza en una fuente de energía que nos de la fuerza para seguir adelante? ¿Cómo darle sentido a este sufrimiento y transformarlo en un bien?
Ante el misterio que nos ha tocado vivir, el Papa Francisco no cesa de alzar la voz dándonos palabras de esperanza y señalándonos un camino de solidaridad, corresponsabilidad y hermandad.
“El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar”.
Jesús conoce nuestra tristeza porque, siendo hombre, la sintió igual que nosotros, pero siendo Dios se conmueve con su infinito amor y ante nuestras dificultades nos escucha:
“Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo “esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
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