Hace años, viajando a Roma vía París, me tocó como compañero de asiento un empresario francés, que hablaba perfectamente castellano, y regresaba de una gira por varios países latinoamericanos. Me pidió: Diga a los mexicanos que no pierdan el gran valor que aún conservan, la familia.
Me explicó que en Francia ya se había perdido el valor de la familia y estaban preocupados porque ¿quién iba a cubrir su jubilación? Al ya no haber niños, ni jóvenes, ni personas en edad productiva, tenían que permitir el ingreso de migrantes, cientos de ellos musulmanes, con otra cultura, y su país tendría que cambiar, o poner en peligro su supervivencia como nación. Su preocupación no era religiosa, sino cultural, económica, social y laboral.
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Esto mismo está pasando en otros países europeos. Eso explica que varios han implementado políticas en favor de la familia nativa, alentando que las parejas tengan más hijos, y para ello les apoyan con programas económicos, reducción de impuestos y rentas.
Una buena cantidad de personas mayores procedemos de familias más o menos numerosas. En casa, fuimos siete hermanos. Crecimos en un ambiente campesino, con las limitaciones propias de aquellos tiempos, pero nunca reprochamos a nuestros padres habernos traído a la vida; al contrario.
Trabajaron muchísimo por nosotros y desgastaron su vida para que nada nos faltara. Les estamos muy reconocidos. Esto mismo pueden decir tántos de ustedes. ¿A quién de tus parientes quisieras que lo hubieran abortado? Aunque no faltan problemas familiares, siempre es mejor contar con una familia que carecer de ella.
Durante esta pandemia COVID, ¡qué gran apoyo han sido los diferentes miembros de una numerosa familia, que se ayudan unos a otros, y cuánto han sufrido quienes proceden de una familia excesivamente pequeña! Lo mismo pasa en otras circunstancias, alegres o tristes. La base de todo es una familia bien integrada.
Hoy muchos jóvenes no quieren casarse, y si lo hacen, no quieren hijos. Estos les parecen molestos y como un estorbo para su vida y desarrollo personal. ¡Qué bueno que muchas mujeres se han liberado de una esclavitud del hogar, pero varias se han ido al extremo contrario!
No faltan quienes deciden unirse a otra persona, e incluso casarse por ambas leyes, pero se resisten a procrear. Y cuando lo quieren hacer, su organismo ya no responde, por tanta cosa que han tomado para evitar la natalidad. La naturaleza no perdona.
El Papa Francisco, en su alocución antes del Angelus del domingo de la Sagrada Familia, dijo:
“Hablando de la familia, me viene a la mente una preocupación, una verdadera preocupación, al menos aquí en Italia: el invierno demográfico.
Parece que muchos han perdido la aspiración de seguir adelante con los hijos y muchas parejas prefieren quedarse sin hijos, o con uno solo. Piensen en esto, es una tragedia. Hagamos todo lo posible para recuperar nuestra conciencia, para superar este invierno demográfico que va contra nuestras familias, contra nuestra patria, incluso contra nuestro futuro” (26-XII-2021).
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Y en su reciente catequesis de los miércoles, lo remarcó: “La gente no quiere tener hijos, o solamente uno y nada más. Y muchas parejas no tienen hijos porque no quieren, o tienen solamente uno porque no quieren otros; pero tienen dos perros, dos gatos… Sí, perros y gatos ocupan el lugar de los hijos. Sí, hace reír, lo entiendo, pero es la realidad. Y este hecho de renegar de la paternidad y la maternidad nos rebaja, nos quita humanidad. Y así la civilización se vuelve más vieja y sin humanidad, porque se pierde la riqueza de la paternidad y de la maternidad.
Y sufre la Patria, que no tiene hijos y ―como decía uno de manera un poco humorística― “y ahora que no hay hijos, ¿quién pagará los impuestos para mi pensión? ¿Quién se hará cargo de mí?”… Reía, pero es la verdad.
Yo le pido a san José la gracia de despertar las conciencias y pensar en esto: en tener hijos. La paternidad y la maternidad son la plenitud de la vida de una persona. Pensad en esto. Es cierto, está la paternidad espiritual para quien se consagra a Dios y la maternidad espiritual; pero quien vive en el mundo y se casa, debe pensar en tener hijos, en dar la vida, porque serán ellos los que les cerrarán los ojos, los que pensarán en su futuro.
Y, si no podéis tener hijos, pensad en la adopción. Es un riesgo, sí: tener un hijo siempre es un riesgo, tanto si es natural como si es por adopción. Pero es más arriesgado no tenerlos. Más arriesgado es negar la paternidad, negar la maternidad, tanto la real como la espiritual. A un hombre y una mujer que voluntariamente no desarrollan el sentido de la paternidad y de la maternidad, les falta algo principal, importante. Pensad en esto, por favor” (5-I-2022).
Apreciemos en todo lo que vale nuestra familia, más o menos extensa, o como sea. Animemos a los jóvenes a establecer un hogar bien cimentado, también con el sacramento, y que sean valientes y generosos para tener los hijos que prudentemente puedan educar. En ello se juegan su propio futuro, el del país y de la Iglesia.
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