La Penitenciaría Apostólica publicó el 20 de marzo un decreto firmado el día anterior por el Penitenciario Mayor, el cardenal Mauro Piacenza, mediante el que se concede Indulgencia Plenaria, con ocasión de la pandemia, a “los fieles enfermos de Coronavirus, sujetos a cuarentena por orden de la autoridad sanitaria en los hospitales o en sus propias casas”, a “los agentes sanitarios, los familiares y todos aquellos que cuidan de los enfermos de Coronavirus” y a todos aquellos fieles que presenten oraciones “para implorar a Dios Todopoderoso el fin de la epidemia, el alivio de los afligidos y la salvación eterna de los que el Señor ha llamado a sí”. Además, para “los que estén imposibilitados de recibir el sacramento de la Unción de los enfermos y el Viático” concede la Indulgencia plenaria “en punto de muerte siempre que estén debidamente dispuestos y hayan rezado durante su vida algunas oraciones”.

Una semana después, el viernes 27, el papa Francisco presidió un “Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia” al término del que impartió la bendición eucarística, con el Santísimo Sacramento expuesto, en el modo Urbi et Orbi, concediendo la Indulgencia Plenaria a quienes de corazón quisieron recibirla durante la transmisión en directo.

Leer: Mensaje completo del Papa Francisco previo a la bendición Urbi el Orbi

La celebración tuvo lugar en la Plaza de San Pedro del Vaticano, sin fieles presentes y bajo la lluvia, y en el nártex de la Basílica de san Pedro, conocido comúnmente como el Aula de Constantino, por la escultura ecuestre del emperador instalada al lado izquierdo del nártex.

Esta función sagrada querida por el papa Francisco, ha venido a ser un llamado a la esperanza y a depositar la confianza en el Señor en medio de tanta desesperación aparecida súbitamente en la humanidad, pues la bendición Urbi et Orbi sólo la imparte el Romano Pontífice el Domingo de Pascua, en la Natividad del Señor y extraordinariamente el día de su elección pontificia.

Este “Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia” comenzó, luego de la Señal de la Cruz, con la súplica: “Dios omnipotente y misericordioso, mira nuestra dolorosa situación: conforta a todos tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza, porque sentimos en medio de nosotros tu presencia de Padre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que es Dios, y vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén”.

Leer: Profecías pandemia

Luego de la lectura del Evangelio, tomada, con mucha inspiración, del Evangelio de san Marcos (4,35-41) que narra la tempestad calmada, el Papa presentó una Meditación en la que hizo notar que “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados” y explicó: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas salvadoras, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”.

Al final de la Meditación, el Papa expresó un deseo: “esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre ustedes, como un abrazo consolador, la bendición de Dios” y después tuvo un momento de recogimiento ante el icono de la Virgen María Salus Populi Romani, que en el año 590 libró de la peste al pueblo de Roma y ante el crucifijo de San Marcello al Corso, que obró el mismo milagro en 1522. Luego, procedió a impartir la bendición eucarística con Indulgencia Plenaria.

El Crucifijo y del icono mariano, bajo la lluvia, en la desolada Plaza San Pedro, y las palabras alentadoras de Francisco, quedarán escritas en la historia de esta tormenta que se desató sobre una humanidad herida por el pecado.

 

*El autor es comunicador y periodista católico, conductor de los programas de televisión El Pulso de la Fe y Ver y Creer.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Este texto se publicó originalmente en Ver y Creer

Roberto O'Farrill

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