“Lleve la gorra, la camiseta, la taza, el llavero, el peluche…” Es un grito, una oferta, un llamado a tener, a portar y a asumir una identidad que me une con otros que piensan y se adhieren a ese equipo o celebridad que nos ha congregado en el estadio o en el teatro.
Una forma de externar los valores e ideales que representan a ese colectivo, una forma de unirse a la banda, de asumirse como parte de un colectivo. Es notorio el paliacate morado que expresa el rechazo a la violencia contra la mujer o el moño blanco para manifestarse a favor de la paz.
Necesitamos sentirnos identificados desde que nacemos, “somos parte” de la voz, los brazos y el calor de nuestra mamá y de nuestra familia. Comenzamos a formar parte de una tribu que nos da protección, alimentación, en forma de comida y de cariño, y en donde cobra sentido la forma de mirar la vida desde los valores que tienen esa comunidad llamada familia.
Al llegar a un edificio de oficinas la recepcionista nos pide una identificación; ese pedazo de plástico en donde está nuestra foto y nuestro nombre, así como una serie de números y datos adicionales que manifiestan nuestra identidad como mexicanos (INE, pasaporte); en algunos lugares ya no aceptan la licencia de conducir como identificación oficial; esas identificaciones son nuestra identidad como empleados de una organización, y además, ¡son mágicas!, ya que pueden abrir puertas si las acercas a una cajita.
Más allá de una credencial, ¿con qué nos identificamos? ¿cuáles son las razones que hacen que nos sumemos a un colectivo, que nos sumemos a una causa con todo el corazón y con todas las fuerzas?
La identidad se construye con la interacción con los otros, se reafirma y se resignifica. El reto que tenemos como personas, en esta sociedad dividida por colores partidistas o etiquetas políticas de siglos pasados, es identificarnos en lo esencial, en lo que edifica desde el bien común, en los puentes de la unidad en la diversidad, en la capacidad de dialogar sin insultar, el encontrarse con las manos extendidas y los oídos en el corazón para escuchar existencialmente al otro.
Tiempo de identificarnos. Identifíquese, ¡por favor!
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