Desde las últimas décadas del siglo pasado ha habido en la Iglesia una gran preocupación por la familia. San Juan Pablo II nos dejó un impresionante acervo de documentos sobre su importancia como base de la sociedad, su misión educadora y formadora en valores y la urgente necesidad de protegerla.
A través de los años ha crecido el interés por estudiarla de manera integral, científica y humanista, de tal forma que hoy tenemos una gran riqueza de contenidos, expertos e investigadores calificados y profesionistas dedicados a la atención, estudio y protección de la primera célula de la sociedad.
Durante muchos años se ha realizado el Encuentro Mundial de las Familias y se han organizado en un gran número de países, infinidad de eventos, cursos, talleres, congresos, cuyo principal objetivo ha sido el fortalecimiento de la Familia; con la certeza de que “el futuro depende, en gran parte de la familia, lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su futuro especialísimo es el contribuir eficazmente a un futuro de paz” (San Juan Pablo II, 1993).
Quizá en nuestro afán de defender la familia, nos olvidamos de hacer vida en nuestros propios hogares, lo más fundamental, lo más sencillo, lo más natural; lo que eran las familias antes de esta vorágine de tecnología, modernismo e ideologías. Quizá nos olvidamos de su esencia de amor y convivencia, y hoy que las circunstancias nos obligan a permanecer en casa enfrentando, quizá muchos, el desafío de convertirla en hogar y la oportunidad de valorarla en toda su dimensión.
Hoy que el mundo se ha detenido y con él todo lo que hasta hace unos días considerábamos importante e imprescindible, igual que en China, en Australia, en Argentina o en los Estados Unidos, nuestra tarea como mexicanos, es ad intra de nuestros hogares, palpando el valor de nuestra familia con la convivencia permanente y el ejercicio de todos esos valores y virtudes que conocíamos muy bien en teoría, pero quizá no habíamos tenido el tiempo de la práctica.
Estamos en el punto en que el amor de los padres se traduce en psicología, instrucción, pedagogía, destrezas, imaginación, artes, cantos y juegos; y de ejercitar la paciencia, la templanza, el orden, la generosidad… Mientras que el amor de los cónyuges se consolida en el crisol del sacrificio y la entrega a su familia.
El tiempo se ha convertido en el aliado de la familia, ahora no tenemos prisas y contamos con las horas suficientes para convivir a la hora de los alimentos, en las sobremesas, en los lugares comunes, para inventar juegos y actividades en común, para cuidarnos unos a otros, para descubrir nuestros miedos, para hacer de nuestra casa sin importar su tamaño, la fortaleza en la que padres e hijos nos sintamos protegidos y seguros y amados. Tenemos el tiempo para la oración en familia, para hacer al Señor partícipe de todas nuestras actividades y para manifestarle nuestros temores.
Los enemigos de la familia, que con oscuros intereses se han empeñado en presentarla como una institución caduca e ineficaz, y que desde hace muchos años han intentado destruirla por diferentes medios, hoy también han sido sorprendidos por esta brutal realidad, y tienen la oportunidad, igual que nosotros, de descubrir que la familia es irremplazable.
Dice Víctor Frankl que “cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”, quizá creímos saber mucho sobre la Institución Familiar, quizá nos engañamos a nosotros mismos pensando que habíamos trabajado intensamente desde la trinchera política, social o apostólica; pero hoy Dios nos evidencia que no ha sido suficiente y nos pide iniciar su reconstrucción desde el seno de nuestra propia familia, con humildad, con mansedumbre y en el silencio que vivió la Sagrada Familia.
“En realidad, todas las cosas, todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos en profundidad, encierran un mensaje que, en definitiva, remite a Dios”. (San Juan Pablo II, Audiencia general 26 de julio del 2000)
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