La tranquilidad de Isabel, una madre de 50 años de edad, desapareció casi por completo durante la pandemia. La mujer había hecho de su hogar un templo, su espacio para ella misma, un santuario donde encontraba paz.

Debido al confinamiento, sus hijas de entre 25 y 30 años ocuparon ese lugar sagrado para trabajar y estar ahí todo el día. Se sentía desplazada, invadida y a la vez culpable, por desear, en lo profundo, que ellas no estuvieran tan cerca, aunque las ama con el alma.

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Sin duda nuestras madres son mujeres admirables, amorosas, sensibles, pilares del hogar y de la familia. Muchos las vemos como encarnación de la madre de todos los mexicanos: la Virgen María, en la tradición católica mayoritaria, o la madre de la noción de un mestizaje local y universal, según algunos autores. Luchan de manera inalcanzable, nos comparten enseñanzas, valores, nos dan protección y cuidado. Por ello, cada 10 de mayo les reconocemos toda su labor y esfuerzo.

Para muchas de ellas es inevitable sentir culpa por estar cansadas ante las responsabilidades del hogar, los cuidados de hijos y personas mayores, el trabajo y la escuela. Incluso puede que se perciban poco valoradas, escuchadas, desconectadas con los demás y con ellas mismas. Lo que sienten se llama fatiga pandémica o fatiga emocional, y no debe tomarse a la ligera.

De marzo del 2020 a abril de 2021, en el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México recibimos 197 llamadas de madres, como Isabel, que refieren sentirse cansadas por las tareas de la casa, por el estrés de hacerse cargo de los hijos, porque sienten que sus parejas no las apoyan o que su familia las ataca.

No es para menos, culturalmente estas responsabilidades han recaído más sobre ellas que sobre los varones u otros integrantes de la familia y la comunidad.

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Valorar a nuestras madres, como lo hacemos con la Virgen, no se refiere únicamente a aplaudirles el esfuerzo, celebrarlas un día y decir que las queremos, si vamos a seguir recargando en ellas tareas que son de todas y todos.

Implica una responsabilidad afectiva, apoyarlas, escucharlas, darles su espacio. Reconocer que son personas. Que tienen un cuerpo y un alma, que necesitan un respiro. Estar ahí para ellas, como ellas están para nosotros.

Si sabemos que nuestra progenitora necesita ayuda y no sabemos qué hacer, podemos pedir ayuda. Su salud mental es fundamental para encontrar de nuevo esa paz y generar estrategias en donde la familia se involucre y ellas se pongan como prioridad.

A cualquier hora o día les escuchamos en la Línea Mujer y Familia y en el Chat de Confianza 55 5533-5533.

Nosotros, como integrantes de la familia, también tenemos que repensar el cuarto mandamiento: honrar al padre y a la madre. No sólo nos limitemos a respetarles. Estemos ahí en los momentos difíciles, en los de agotamiento o hartazgo.

*Salvador Guerrero Chiprés (@guerrerochipres) es Presidente del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Salvador Guerrero Chiprés

Presidente del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México.

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