Joe Biden es el candidato oficial del Partido Demócrata para las elecciones de noviembre en Estados Unidos. Él ha escogido, como su compañera de fórmula para la vicepresidencia a la señora Kamala Harris, ex senadora federal y ex fiscal por el estado de California.
Se trata de la combinación de dos aguerridos activistas a favor del aborto que, de llegar a la Casa Blanca, tratarían de echar por tierra todo el avance pro vida que el presidente Trump ha logrado posicionar, y harían avanzar la agenda atea y liberal, no sólo en su país, sino en el mundo.
Con el término “agenda liberal” me refiero no sólo a posiciones extremas sobre aborto sino también a la educación sexual escolar, matrimonio homosexual, experimentos con embriones humanos, eutanasia y consumo de marihuana; es decir, todo lo que destruye a la sociedad. A todo ello se suma la persecución a los que no estén de acuerdo y el no reconocimiento al derecho que éstos tienen a la objeción de conciencia.
Para gran confusión del pueblo de los bautizados, Joe Biden se declara católico. Durante su campaña hizo circular un video en el que explota la imagen del papa Francisco saludándolo en la plaza san Pedro y jactándose de su educación católica en escuelas religiosas; todo con tal de obtener el voto católico. Hay que decirlo con claridad: Joe Biden está excomulgado de la Iglesia.
No es necesario un decreto de excomunión por parte de la autoridad eclesial. Son sus posturas abortistas hechas públicamente las que lo sacan de la comunión con la fe católica y lo excluyen de la fila de los comulgantes durante la Eucaristía. De ser el triunfador en las elecciones, Biden pondrá en aprietos al papa Francisco y será motivo de gran confusión y controversias entre los fieles católicos.
Ante el avance de las ideas ateas y liberales nos preguntamos si los católicos hemos de renunciar a una moral universal que sea válida para todos los hombres, tal como nos enseña nuestra Iglesia. ¿Es razonable que el bien sea bien para unos, y para otros no? ¿o será que el bien y el mal ya dejaron de existir? Si la mayoría de la población en un país afirma que una acción es buena –como en el caso de México donde, según encuestas, más del 50 por ciento de los mexicanos aprueban el matrimonio homosexual– ¿es válido el criterio de la mayoría?
Recordemos que en diversas épocas de la historia una mayoría autorizó leyes que hoy serían impensables en nuestras democracias, como cuando en la Alemania nazi se aprobó el racismo y el holocausto. No podemos renunciar a una moral válida para la humanidad. La Verdad, el Bien y la Belleza no las creamos nosotros sino que las descubrimos. Es Dios el que alumbra, como el sol, el camino de la humanidad. En realidad son las minorías las que, en el curso de la historia, han promovido los valores morales universales.
En medio de la corrupción moral que se extiende –y que también afecta a la Iglesia– existe una luz de esperanza: hay muchas almas buenas que no están de acuerdo con este declive cultural. Es un sentimiento que un número grande de personas comparten. Son hombres y mujeres que, viendo el avance del mal y cómo se destruye el ser humano, viven con un sentimiento de impotencia. Son los hijos de Dios que lloran porque añoran heredar la tierra.
Sin embargo la estupenda noticia es que Dios conoce a esas personas buenas y las bendice porque son ellas las que llevan semillas divinas de esperanza. Gracias a esas semillas un día nacerá un mundo nuevo. Son almas que no aplauden a las ideologías ni a los políticos que las promueven; almas que tampoco suelen hacerse notar en las multitudes de las ciudades.
Sin embargo Dios escucha la oración de todas ellas, conoce sus lágrimas y les tiene una bendición reservada. Pidamos siempre a nuestro Señor que sea nuestro pastor, y que no nos apartemos de su cayado. La causa, el dolor y el esfuerzo de los hijos de Dios jamás se perderá; se prolongará para dar fruto, y vislumbrar un futuro distinto.
El Pbro. Eduardo Hayen es un sacerdote de la Diócesis de Ciudad Juárez y director del periódico Presencia.
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Artículo publicado originalmente en el blog del P. Eduardo Hayen
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