Cada vez se reducen más los ambientes y espacios que no padecen la influencia de la ideología de género. Estados Unidos vive en una permanente obsesión por exportarla al mundo. Esta semana la selección nacional norteamericana que jugará en Qatar ha cambiado las rayas rojas de su uniforme deportivo, color de la bandera de su país– por rayas con los colores del arco iris que representan al colectivo LGBTQ, en apoyo a la diversidad sexual. Con esos colores han ambientado su sala de prensa en Qatar y la playera deportiva que portarán, no en los juegos oficiales, sino en sus prácticas de entrenamiento.

Los cristianos de Estados Unidos que quieren vivir seriamente su fe y no se identifican con la cultura “woke” –término que identifica a la izquierda progresista en ese país, que lucha contra el racismo y la discriminación por orientación sexual–, tienen razones para sentirse ofendidos. La Copa Mundial de Fútbol es un torneo deportivo y no una plataforma para promover ideologías, mucho menos el homosexualismo político que tiene dividido al país y que la mayoría de los norteamericanos rechaza. Los símbolos nacionales, tales como son los colores de la bandera, fomentan la identidad de los pueblos; cambiar estos signos por los de una minoría es un acto de irrespeto que divide y confunde.

El Mundial de Futbol de Qatar puede ser una gran ocasión para promover el entendimiento y el respeto entre culturas, pero también puede ser utilizado para crear choques culturales. Como cristianos que visitan un país musulmán hemos de ser respetuosos de sus costumbres y leyes. Recuerdo que cuando visité la mezquita de la Roca en Jerusalén tuve que descalzarme y cuando me acerqué al Muro de los Lamentos tuve que ponerme el kipá sobre la cabeza. Si para mí hubiera sido chocante o molesto, simplemente me hubiera quedado fuera.

Las leyes del islam prohiben el consumo de alcohol y los actos homosexuales, así como el portar por las calles la bandera LGBT. Incluso éstos actos se castigan con cárcel. Sin embargo algunos influencers europeos en redes sociales están bastante molestos con estas leyes a las que deberán someterse los aficionados y turistas en Qatar, y por eso están protestando, incluso exhortan a hacer ciertos actos de desobediencia. Si tanto les molesta a los occidentales libertinos respetar las costumbres de un país que no es el de ellos, ¿por qué mejor no se quedan en sus casas y siguen los juegos por la televisión?

Como católicos no podemos visitar otros países para ser portadores arrogantes de conductas pecaminosas que deberían avergonzarnos. El católico que ha conocido realmente Cristo sabe que el Señor, con su sacrificio y resurrección, nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. No podemos exportar el pecado. 

Hemos sido liberados por el amor, y el amor se ha convertido en la ley suprema y nueva de nuestra vida cristiana. Un católico que visite Qatar o cualquier país de cultura no cristiana, ha de llevar el amor de Jesucristo en el corazón, y no debe entrar en conflicto con la cultura, sino más bien –enseña el papa Francisco– introducir en esa cultura una libertad nueva, una novedad liberadora, la del Evangelio.
Pbro. Eduardo Hayen Cuarón

Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital

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