Hay que enfrentarlo, el horror nos acosa constantemente. Es cierto que siempre se ha encontrado en todas las relaciones humanas; está en el peor e ineludible rasgo de nuestra naturaleza.

La primera reacción que tenemos frente al horror es apartar la mirada, sentir repugnancia y rechazo. Pero no somos islas, somos seres sociales en permanente aprendizaje; y las atrocidades que nos provocan consternación y repulsión son una fuente indispensable de experiencia para nosotros y para nuestros congéneres.

Históricamente, cuando la sociedad comenzó a engranarse en diversidad y complejidad, hubo necesidad de que se comunicaran las monstruosidades y actos antisociales cometidos por otros. Este servicio no sólo ayudaba a mantener informada a la gente, era en sí mismo una declaración de desprecio contra el mal y el abuso; una alarma para que -a pesar de la complejidad y diversidad- la sociedad recuperara mínimos de convivencia y comprendiera los riesgos de no moralizar la vida pública y privada.

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Pero algo sucedió: el interés público se volvió morbo autocomplaciente, el desprecio del mal se diluyó en relativismo azaroso, la alarma se convirtió en mero escándalo y la monstruosidad se hizo parte de la vida cotidiana. Por si fuera poco -como lo vivimos en los casos recientes de crímenes contra mujeres y niñas en México- el horror se hace presente en todos lados y a todas horas. Se ha vuelto muy difícil evitarlo. Las tecnologías y las redes sociales parecen forzarnos a ver la barbarie y la ignominia en su más sórdida expresión: videos y fotografías explícitas, relatos indolentes, descripciones impúdicas.

¿Nos afecta? Sin duda; pero en realidad no sabemos con certeza cómo. La constante exposición al oprobio nos puede provocar indignación, pero también puede adormecernos y desensibilizarnos; la exaltación de la violencia puede condicionar comportamientos más violentos, pero también puede generar reacciones positivas de aversión a la violencia y construcción de dinámicas de paz.

¿Se puede hacer algo? Quizá no algo que resuelva de tajo, a menos que se le provea a las instituciones de poder más armas para controlar libertades y luego veamos crecer la tiranía. Lo importante es comprender, intentar entender. Como escribió el papa Gregorio XVI al zar Nicolás I: “No hay que confundir la libertad de conciencia con la libertad de no tener conciencia”.

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Es necesario que, frente al horror, nos ayudemos a comprender, a explicarnos las causas y consecuencias de los actos inhumanos; debemos conmovernos por las heridas y los dolores causados en el prójimo; construir respuestas no violentas a los conflictos; recordar que siempre debe haber un compromiso con la justicia desde la caridad; pero, sobre todo, debemos vigilar cómo interactuamos nosotros mismos con la violencia que nos aborda desde todos los flancos. Porque, si no la podemos evitar, al menos podemos controlar cómo obramos frente a ella.

Hay una última cosa, enfrentar al horror, a la barbarie, a la crueldad, la infamia o al terror en cada uno de sus contextos y realidades ha sido el mejor de los servicios a la humanidad que han hecho los héroes y los santos.

 

*El autor es escritor y periodista. Director VCNoticias

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Felipe Monroy

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