Cuando estaba en la primaria cada año mi mamá nos llevaba a mi hermana y a mí a tomarnos fotos para la boleta de calificaciones. Entrábamos al estudio fotográfico que nos recibía con un característico olor y decenas de fotografías de quinceañeras, recién casados y de familias sonrientes.
Cuando salía le fotógrafo le decía conforme a la lectura de un papelito que nos habían dado en la escuela: “señor, necesitamos fotos en blanco y negro, de frente, rostro serio, orejas y rostro despejados”. El artista de la imagen asentía con la cabeza y decía ¿son para la boleta, verdad?.
Nos preparábamos poniéndonos el suéter y la camisa de la escuela, nos peinábamos con la mano (no osábamos utilizar los peines y cepillos que tan amablemente ponían a nuestra disposición, so pena de llevarnos mascotas en la cabeza); y pasábamos al banquito para ser iluminados por las lámparas y pantallas.
Y aquí es donde empezaba lo mejor: “sube la barba”, “a la derecha”, “menos”, y el momento de que me dijera: “ahora ponte serio, no sonrías”. Esto último me daba mucha risa que controlaba por un instante para salir muy serio en la foto que estaría pegada en mi boleta de cuarto primaria.
Y les comparto este episodio porque hay muchas situaciones en la vida que nos hacen poner el rostro serio. Un ejemplo de ello es ir en el metro, allí todos vamos con rostro serio, no vaya a ser que nos vean cara de buena gente.
También ponemos rostro serio cuando nos encontramos a personas con las que nos hemos disgustado, y es posible que hasta “nos agachemos y nos vayamos de lado”. Otro caso que me pasa es al llamar la atención a mi hijo menor que está haciéndose el chistoso con ocurrencias tan amenas pero que, como autoridad en ese momento, no puedo reírme y debo poner la cara más seria que pueda haber en este planeta aun cuando por dentro estoy a nada de soltar la carcajada.
El problema es que a veces se me olvida quitar esa cara y camino con gesto avinagrado, como dice el Papa Francisco. Y solo cuando me dejo sorprender, inspirado por el Señor, atendiendo detalles tan sencillos pero muy significativos como la risa de un bebé que va en los brazos de su mamá, el abuelo que saca burbujas a sus nietos en el parque, la mirada de mi esposa al llegar a casa, las ocurrencias de los críos que arrancan una sonrisa y una que otra carcajada, en fin, dejarse inspirar por el Señor para entrar en modo contemplativo y cambiar el rostro serio por un rostro de esperanza.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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