Para empezar habrá que recordar que el Feng shui es una tradición religiosa del lejano oriente, acorde a los principios culturales de esa región, que están a una distancia abismal, geográfica, simbólica e ideológicamente hablando, de los principios por los cuales nos regimos en el occidente cristiano.

Las cosmovisiones que se implican en el cristianismo por un lado, y en el feng shui, por el otro, son muy distantes, por lo que el trasplante de una forma ideológica sobre la otra será arbitraria en muchos sentidos y ficticia, pues el horizonte de sentido que subyace en cada matriz cultural es -de raíz – muy diferente, sin puntos de engarce, ni semejanzas que establezcan un punto de encuentro en un sentido profundo en el terreno interreligioso.

Me parece que la incorporación de esta forma religiosa, o de cualquier otra en este mismo sentido,
como: el esoterismo oriental, la numerología, el espiritismo africano, la magia, el vudú, la egiptología, los Orishas, etc., es un proceso cultural de hibridación contemporánea en el occidente cristiano, sediento de novedades y modas espirituales en una búsqueda acuciosa de abastecimiento del sentido de lo sagrado en un contexto cultural occidental posmoderno de crisis generalizada de sus pilares tradicionales.

Pero, ¿qué es eso el feng shui? A grandísimos rasgos, es un antiguo sistema filosófico-religioso chino, de origen taoísta, que enseña que si el ser humano ocupa consciente y armónicamente el espacio vital donde habita, puede lograr una atracción positiva de las energías contenidas en ese espacio para que obren a su favor y sean motor de buena fortuna, riqueza y prosperidad, tanto material como espiritual.

El feng shui es parte del llamado “conocimiento misterioso” en la tradición filosófica-religiosa china, y ese lugar misterioso tiene que ver con la frontera entre el cielo y la tierra, con esa dimensión específicamente humana dónde los sentidos ya no pueden percibir todo, pero a través de la inteligencia, la meditación y la disciplina podemos como humanos atestiguar en este mundo beneficios espirituales y materiales provenientes de aquello que no se ve, pero se accede mediante el conocimiento de los misterios acuñados y enseñados por los maestros.

Las prácticas del feng shui tienen que ver, pues, con el orden, la armonía, el equilibrio, la reciprocidad con la naturaleza y los entes divinos, etc. Es decir, es una doctrina muy compleja y elaborada que implica una ética específica y un modus vivendi determinado, responsable y comprometido.

Es una doctrina que conlleva la idea general subyacente de que existe un aliento vital en todo lo
existente, no sólo, humanos, animales y plantas, sino también los minerales, es decir, todo el paisaje y la geografía es sujeto de interacción e importante en su singularidad. Ese impulso vital es el famoso “chi”, y este puede hacerse circular, o puede estancarse de acuerdo con la forma geométrica de la ciudad, sus calles, sus plazas, y cómo estos centros urbanos se ubican en el entorno geográfico en relación a ríos, lagos, montañas y bosques.

Cuando un cristiano occidental se emociona con algunos elementos de esta doctrina y forma de vida, por lo general está simplemente cortando y pegando “pedazos” inconexos de una tradición religiosa ancestral que se ignora por completo. Se suprimen las exigencias éticas y de compromiso a largo plazo, para tomar a “la moda” retazos desgarrados de prácticas que se pretenden con un uso mágico.

Este ejercicio de descuartizamiento de elementos espirituales, separados de sus respectivas matrices culturales y religiosas es una tendencia generalizada del hombre posmoderno contemporáneo y responde a una búsqueda religiosa netamente individual, en el afán de construirse cada quien una “religión a la carta”.

El feng shui, junto con muchas otras filosofías religiosas o prácticas ético-religiosas orientales, por supuesto que son interlocutores dignos y muy respetables de un diálogo intercultural e interreligioso con el catolicismo, pero en su forma completa e integrada como un todo cultural. De hecho hay muchos puntos de especial empatía con el catolicismo, como la convicción profunda de respeto a la naturaleza, la interrelación entre el mundo humano y el natural y sus destinos entrelazados, el orden, la mesura, la armonía, el equilibrio entre las relaciones éticas humanas y su prolongación hacia los demás seres que habitan el mundo.

Sin embargo, insisto, la tendencia de integrar ciertos elementos del feng shui entre cristianos en el
occidente contemporáneo, responde a modas intelectuales y espirituales que son cuestión unilateral del sujeto occidental en profunda crisis de sentido existencial, y que ha metido en la dinámica de mercado las expresiones religiosas de otras latitudes en una falta completa de respeto a la dignidad y decoro de la Trascendencia y el Misterio.

En todo caso, y con esto concluimos esta reflexión, la matriz cultural y cosmovisional del cristianismo y la del feng shui, hace que sean del todo compatibles. Tal vez donde más se destaque esta diferencia radical sea en el hecho de que mientras para el feng shui, todo tiene un principio vital por sí mismo, en el cristianismo creemos que todo fue creado por Dios, y hay seres animados y otros inanimados. En todo caso, el destino final de toda la creación depende de la voluntad divina en última instancia, en coordinación temporal con la voluntad humana en la búsqueda del bien cuando esta voluntad humana se adscribe y empata con la voluntad divina tendiendo así hacia la plenitud.

Traer indiscriminadamente elementos culturales y religiosos a otras vivencias y tradiciones culturales y religiosas, es como querer hacer vivir a un pez de agua dulce en el mar, simplemente no va a funcionar, no está en su elemento, no es su contexto adecuado.
Entonces, el feng shui ¿es para católicos? Tal vez para católicos chinos que en su tradición ancestral el feng shui sea parte integral de su alteridad cultural y su forma de entender y confrontar el mundo. De allí en fuera, podría más bien tratarse de una translocación descontextualizada de una moda de corte espiritual que trata de llenar huecos existenciales que nada tienen que ver con esta tradición ancestral del lejano oriente.

Autor: Dr. Ramiro Gómez Arzapalo Dorantes, docente de la Universidad Intercontinental (UIC) en las licenciaturas de Filosofía, Teología, y en la Maestría en Filosofía y Crítica de la Cultura.

Director del Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular en la UIC.

 

Más artículos de la UIC: La mística, camino de fe hacia el misterio

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