Desde que a consecuencia de la pandemia recibimos la Sagrada Comunión en la palma de la mano, he escuchado y leído multitud de opiniones y posturas con respecto a si debe o no aceptarse esta práctica, como si se tratara de una opción para el feligrés o de un capricho de los sacerdotes y ministros que la administran.
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En lo personal, había tenido la oportunidad de recibir la Eucaristía en la mano en algunos lugares en donde, a diferencia de México, desde hace años ya es una costumbre muy común y existe la autorización para hacerlo; pero también podías elegir como yo lo hice en esas ocasiones, el recibirla directamente en la boca.
En tiempos de Covid no hay opción, nuestra Iglesia que es Madre, ha decidido cuidar a sus hijos, pidiendo a los ministros entregar la Sagrada Forma en la mano de quien comulga para evitar cualquier riesgo de contagio; eso sí, dando una serie de recomendaciones a los fieles para recibirla con dignidad y esmerado cuidado y respeto. No obstante, he escuchado y visto un sinnúmero de opiniones, discusiones, “pataleos” y videos de creyentes e incluso sacerdotes que no están de acuerdo con esta medida.
Me sucedió en la víspera de Nochebuena, que después de comulgar, descubrí que había quedado una pequeñísima partícula de la Hostia en mi mano. Por un instante hice un acto de adoración al Santísimo, tan cerca de mí más que nunca, y mientras la recogía con mi boca tuve consciencia de que en la Hostia, igual que en la diminuta miga, en un segundo todo un Dios reposó en mi mano transformándola en el más indigno de los pesebres.
Quizá cuando decimos después de la consagración: “Señor yo no soy digno de que vengas a mí” no reparamos en el significado de lo que decimos… ¡todo yo, no soy digno, ni mis manos, ni mi lengua, ni mi boca! pero me amas y alimentas mi alma y mi corazón con tu carne y con tu sangre.
Si nos preocupan las formas, podríamos esforzarnos por mantener más limpias nuestras manos, no solo del polvo y la suciedad, sino usándolas para el trabajo, para el servicio y para bendecir; podríamos esforzarnos por mantener más limpias nuestra boca y nuestra lengua, no usándolas para la crítica infértil que siembra desconfianza y división, sino como instrumentos que externan sentimientos de gratitud, de esperanza y de caridad, tan necesarios en momentos difíciles como los que hoy vivimos, “porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6,39-45)
Después de todo, Dios nos regala un instante para adorarle en nuestras manos y prepararle un Sagrario en nuestro corazón.
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores, y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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