Se encoge el corazón al recordar los hechos de Torreón del pasado 10 de enero. Pensar en el niño de 11 años que ingresó con armas de fuego a su colegio, mató a una profesora, causó lesiones a cinco compañeros y a un profesor de educación física, para finalmente quitarse la vida, causa un gran dolor.
Y ese dolor es un presente continuado, es una tragedia del hoy, del día a día, donde confirmamos que los “estudiantes en peligro”, no son los de un país remoto; no, es mi hijo, es tu hijo, son nuestros hijos… No es un hecho aislado, ocurrió en el Estado de México, también en Monterrey, y ahora en Torreón, Coahuila… ¿cuántas tragedias más?
Estas circunstancias nos deben llevar a la introspección, a dar un salto y viajar a nuestro propio interior, desarraigando de él todo aquello que nos impide amar, desaprender todas aquellas actitudes que dentro de nuestro propio hogar dañan y minan el camino de la armonía, la empatía, la compasión y la paz.
Cuánto coraje, cuánta fuerza, cuánta actitud se necesita para arreglar nuestro interior y no el del vecino. Para peinarme yo, y no el reflejo del espejo cuando me paro delante de él. No son las modas, no son los aparatos electrónicos, no son los castigos, no son los otros, es nuestra propia angustia y nuestras frustraciones las que nos limitan y nos impiden amar y sembrar amor.
Es hora de preguntarnos y ser sinceros con nosotros mismos, ¿acumulo odio, rencor, envidia, recelo por alguien?, ¿qué transmito?, ¿qué pensamientos cultivo en mi interior?, ¿con qué frecuencia soy creativo y aprendo formas concretas de decir TE QUIERO?
Si bien, Torreón puso de nuevo en el ojo público la introducción de armas en escuelas, también están temas como el bullying (acoso escolar); cyberbullying (acoso cibernético); gossip (inventar rumores y difundirlos a través de internet); gromming (acoso a menores por parte de adultos usando medios electrónicos), sexting (intercambio de imágenes propias con contenido sexual) y adicciones a sustancias legales e ilegales.
Es una gran responsabilidad la que vivimos como padres de familia, como educadores y formadores en la fe.
*La autora es miembro de Signis México
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