La pregunta de fondo es: ¿simplemente deseamos delegar la responsabilidad a un nuevo rostro al que podamos aplaudir o criticar? Foto Especial.
Cada vez que se avecina un Cónclave, el mundo parece contener el aliento. Millones de personas —creyentes o no— y miles de medios de comunicación se lanzan con frenesí a especular quién será el nuevo Papa. Titulares, análisis, “favoritos”, quinielas, casas de apuestas, transmisiones en vivo. Aunque apenas un pequeño porcentaje de esas personas vive su fe de manera profunda o conoce el Catecismo de la Iglesia Católica o la Doctrina Social Cristiana (por citar lo básico), todos parecen estar al pendiente como si la felicidad o bienestar en sus vidas dependiera de la elección del próximo pontífice.
¿Por qué sucede esto? ¿Qué hay detrás de esta fascinación colectiva?
Tras la muerte del Papa Juan Pablo II, se publicaron 35,000 noticias en un solo día y más de 3.5 millones de sitios web mencionaron el suceso
Según datos de Pew Research Center, el Cónclave que eligió al Papa Francisco en 2013 fue seguido por más de 6,8 millones de personas en tiempo real, solo en redes sociales y transmisiones digitales. Medios como la BBC, CNN, El País o The New York Times le dieron cobertura continua durante varios días, aun cuando en sus redacciones la mayoría de sus lectores no profesan la fe católica.
Parece que estamos atrapados en una lógica de espectáculo y de “mesianismo mediático”: ¿esperamos un caudillo, un salvador, una figura externa que venga a arreglarnos la vida mientras permanecemos pasivos frente a nuestra propia responsabilidad personal y espiritual?
El teólogo Joseph Ratzinger —luego Benedicto XVI— escribió en Fides et Ratio que “la fe sin razón degenera en superstición”, y hoy bien podríamos parafrasearlo: la fe sin conversión interior degenera en espectáculo emocional, una espera pasiva de que alguien más tome las riendas.
Esto contrasta dolorosamente con el profundo y luminoso legado que ya nos han dejado los últimos Papas. ¿Quién ha leído seriamente la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II, que ofrece una visión revolucionaria del amor humano y la sexualidad? ¿Cuántos católicos han profundizado en la Fides et Ratio de Benedicto XVI, que revaloriza el uso de la razón en la búsqueda de Dios? ¿O en la Laudato Si’ de Francisco, que une ecología, economía y espiritualidad en una llamada urgente al cuidado de la Casa Común?
Tenemos oro en las manos, pero seguimos esperando a ver quién se pondrá el anillo del pescador.
La historia de la salvación nos ha sido ya narrada y testimoniada. Jesucristo es el salvador, el líder más coherente que ha pisado esta tierra. Como dijo Francisco en su primera homilía como Papa:
“Podemos caminar tanto como queramos, podemos construir muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no va. Nos convertimos en una ONG piadosa, pero no en la Iglesia.” (Homilía del 14 de marzo de 2013)
También Juan Pablo II nos dejó esta advertencia cargada de ternura y urgencia:
“No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo.” (Inauguración de su pontificado, 1978)
Y Benedicto XVI, en su claridad profética, nos recordó:
“El mundo ofrece comodidad, pero no fuiste hecho para la comodidad, fuiste hecho para la grandeza.” (Discurso a los jóvenes en Colonia, 2005)
La pregunta de fondo es: ¿realmente queremos cambiar? ¿O simplemente deseamos delegar la responsabilidad a un nuevo rostro al que podamos aplaudir o criticar desde el desconocimiento y la comodidad de nuestras pantallas?
El próximo Cónclave es importante, sí. Pero más urgente aún es el cónclave que cada uno de nosotros debe hacer en su conciencia. Ahí donde no hay cámaras ni humo blanco, pero donde se decide si queremos vivir de forma auténtica, compasiva y coherente. Elijamos en nuestro cónclave personal la mejor versión de nosotros mismos, para bien nuestro y de quienes nos rodean. Porque ya se nos dio el camino, ya se nos entregó la Verdad, y ya se nos mostró la Vida. Podemos hacer una reflexión con una sencilla frase: Del Cónclave al corazón, apliquemos el legado papal en cada momento de nuestra vida.
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