Las escuelas particulares son parte muy importante en la historia de la educación en México, y han tenido una fuerte presencia y acción en nuestra sociedad a pesar de atender a apenas un poco más del 10% de la población escolar.
Han sobrevivido -en especial los colegios católicos- a las circunstancias históricas en las que el Estado ha pretendido tener en sus manos el control de la enseñanza con una visión anticlerical y totalitaria. Por mencionar algunos ejemplos:
La Constitución de 1917 que en su artículo tercero sujetó a las primarias particulares a la vigilancia oficial y prohibía a las órdenes religiosas dirigirlas; la clausura de escuelas católicas y la obligatoriedad de impartir educación laica en los establecimientos particulares en el período del presidente Plutarco Elías Calles (1926), quedando tipificado como delito penal la enseñanza de la religión en las escuelas primaria; la educación socialista en tiempos de Lázaro Cárdenas que, entre otras cosas, determinó que los planes, programas y métodos de enseñanza quedarían en manos del Estado; o bien, la reforma educativa del presidente Luis Echeverría (1973), que en la Ley Federal de Educación determinó entre otras cosas, que el Estado podía otorgar, negar o retirar discrecionalmente la validez oficial de los estudios que ofrecen los particulares.
A pesar de todos esos golpes, la educación particular a sobrevivido y ha formado a generaciones de ciudadanos que hoy son profesionistas, técnicos, maestros, padres de familia, que aportan sus conocimientos y valores a la construcción de un mejor país.
Habrá quien piense que estar en un colegio particular es privilegio de unos cuantos, y parcialmente tiene la razón, porque ciertamente es un privilegio, pero no por razones económicas (apenas el 3% de las escuelas particulares atienden al nivel socio económico alto) sino porque, en su gran mayoría, ofrecen además de los programas de estudio oficiales, programas complementarios para elevar la calidad de la educación y la vivencia de valores en sus educandos.
En mi experiencia he tenido la oportunidad de conocer la labor callada y contundente de varias órdenes religiosas que dirigen colegios reconocidos y con renombre, y al mismo tiempo sostienen obras impresionantes que brindan educación de igual calidad a niños y jóvenes de escasos recursos o de pobreza extrema, en poblaciones indígenas, zonas inhóspitas o ambientes de violencia y adicciones, dándoles la valiosa oportunidad de tener una preparación académica y técnica que les permita forjarse un mejor futuro.
Maristas, Salesianos, Josefinas, Siervas de Jesús Sacramentado, Hijas de María Auxiliadora, Guadalupanas Plancartinas, Lasallistas, Franciscanas, y muchas congregaciones más trabajan en silencio y con tenacidad, a veces en lugares a las que ni siquiera llega la educación pública.
Hoy los colegios viven nuevamente una severa crisis provocada por la pandemia y por la insensibilidad de las autoridades que, lejos de escucharlos y apoyarlos, los amenaza con una nueva Norma Oficial Mexicana (NOM), 237 con la que la Secretaría de Economía pretende regular a las instituciones, reduciendo la interacción de la comunidad educativa a una simple relación de proveedores, usuarios y consumidores; y a la educación a un simple acto comercial.
En estos momentos tan críticos para nuestra nación, es importante que, lejos de confrontar, unamos esfuerzos para salir adelante, y son los papás como primeros y principales responsables de la educación, quienes libremente deben elegir a la institución que les acompañará en el delicado proceso de la formación de sus hijos, haciendo alianzas y no contratos de compraventa.
¡No nos confundamos! Los colegios particulares son la opción que los padres de familia tienen para ejercer el derecho de elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos: pública o privada, religiosa o laica, con valores, con tecnología, con deportes, o con idiomas… y son también aliados del gobierno al apoyarlo en su deber constitucional de impartir educación a todos los individuos; sobre todo ahora que la educación en México está en tan tremenda crisis.
La educación debe ser el eje central de cualquier política pública, pues de ella depende nuestro futuro como nación; hoy más que nunca los papás necesitamos mejores escuelas, y las escuelas necesitan mejores papás y más comprometidos. No las dejemos solas.
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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