Alberto Quiroga
Dos amigos platicaban de sus respectivas relaciones y uno de ellos acaparó la charla quejándose de un problema bastante común; la comunicación. No era que no quisiera comunicarse con su esposa, puesto que siempre estaba dispuesto al diálogo, pero en muchas ocasiones, la situación acababa peor que antes de empezar. La situación estaba cerca de ser desesperante, al parecer ya no había nada qué decir. Y calló.
Creo que esa es la clave -le respondió el amigo cuando el primero guardó silencio- si ya no hay nada que decir, es el momento de escuchar. Imagina -continuó el segundo- que yo hubiera estado hable y hable ¿Acaso podría yo haber conocido tus problemas, lo que te pasa? No ¿Verdad? Tuve que esperar a que acabaras para poderte comentar.
-En tu situación, tal vez esté pasando lo mismo, y no ha sido sino hasta este momento que aparentemente ya no hay nada que decir, que guardas el silencio necesario para poder escuchar. Piénsalo ¿Realmente sabes lo que quiere tu esposa de ti?
En lo que concierne a nuestra vida, podemos aprender de estos dos amigos que es necesario escuchar. Muchos dicen que no se animan a orar, porque no saben qué decirle a Dios. Es justo en esa condición donde debemos guardar el silencio necesario para escuchar todo lo que el Señor quiere compartirnos.
Pero guardar silencio no significa solamente no hablar, sino tener esa disposición de escuchar, sin prender el radio, sin entrar a nuestras redes sociales o encender la televisión. Solamente así podremos escuchar.
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