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Es muy común entre los cristianos la duda sobre si Dios castiga o no. ¿Cómo puede conciliarse la imagen de un Dios toda misericordia y toda bondad con la de un Dios que castiga severamente a los que transgreden su voluntad? ¿Qué podemos decir desde la teología al respecto?
Vamos por partes. Lo primero que haremos será puntualizar la etimología (origen de la palabra) “castigo” y después reflexionaremos brevemente sobre el tema.
La palabra “castigo” proviene del latín castīgāre, que significa “corregir”, “reprender” o “enmendar”. Este verbo está compuesto por castus, que originalmente significaba “puro” o “virtuoso”, y agĕre, que significa “hacer” o “conducir”. En esencia, el término se refería a la acción de dirigir a alguien hacia la virtud mediante la corrección.
En el siglo I d.C., el término castīgātio también se usaba para referirse a la poda de los árboles, ya que esta práctica servía para corregir su forma. Con el tiempo, el significado evolucionó hasta referirse a la imposición de una pena por una falta o delito.
Si queremos aplicar a la justicia de Dios el término “castigo”, entonces solo podemos hacerlo desde la perspectiva de su acción amorosa para conducirnos hacia el bien. Y Dios no necesita imponer penas para corregir o conducir, de hecho, Jesús no impone ninguna pena a quienes se encuentran en situación de pecado, más bien los conduce hacia el bien con amor, con perdón, con ternura, con la entrega de su propia vida si es necesario, pero nunca con acciones violentas. Para él, las consecuencias funestas o trágicas son fruto de la libertad humana y no “castigos” de Dios.
Los sistemas penales del mundo son evidencia suficiente de que imponer penas por las transgresiones cometidas no son, de ninguna manera, medios eficientes para reintegrar o conducir a alguien hacia el bien. ¿Acaso el amor de Dios no tiene poder para tocar los corazones? ¿Por qué la imposición de penas sería más eficaz que el amor?
Por otro lado, la justicia de Dios no consiste en dar lo que cada cual merece, esa justicia es la de los hombres. La justicia de Dios consiste en dar a cada cual lo que necesita para lograr su plenitud, pero siempre respetando la libre decisión de los hombres.
Es cierto que en muchos pasajes bíblicos se habla del “castigo” que Dios impone a los pecadores, a los que faltan a la Alianza de amor entre él y su pueblo, pero, si analizamos bien esos pasajes, en realidad no se trata de un acto punible directo de Dios, sino de las consecuencias funestas que resultan del pecado humano. Dicho de otra manera, el “castigo” de Dios consiste en respetar la libertad humana y dejar que su pueblo experimente esas consecuencias. Es como si Dios dijera: “Muy bien, he tratado de conducirte hacia el bien, pero dado que eres contumaz en tu pecado, con todo el dolor de mi corazón de Padre, me retiro y dejo que sufras las consecuencias de tu pecado, para que te arrepientas y te conviertas”.
Dios quiere hijos libres, maduros y responsables, capaces de conducirse libremente hacia el bien, no quiere esclavos llenos de temor que le obedezcan solo para evitar el castigo terrible de Dios.
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