Una de las conmemoraciones anuales que se popularizó con gran éxito desde principios del siglo XIX ha sido la fiesta de los enamorados, en el día del amor y la amistad bajo la denominación protectora de san Valentín. Pero ¿quién fue san Valentín?
Todo mundo lo relaciona con la celebración del día de la amistad o del amor, aunque lo cierto es que su representación espiritual se ha difuminado y está en peligro de desaparición por efecto del furor emotivo y comercial que se ha generado en torno a la fecha, además de las imprecisiones históricas en torno al santo (dígase lo mismo para san Antonio de Padua, otro santo relacionado con el amor exitoso).
La tradición tiene registrados a dos valentines que fueron mártires, uno sacerdote de Roma que fue condenado y ejecutado por bendecir a escondidas las nupcias de los soldados romanos, a quienes les estaba prohibido casarse para no distraerse de su misión. Este Valentín fue sepultado en el paraje Parioli de Roma donde se dice que ahí se edificó una iglesia en su honor.
El otro Valentín fue obispo de Terni, en la Umbria italiana, quien también predicó en Roma y fue procesado por la ley romana a causa de profesar su fe cristiana, hecho por el cual fue decapitado el 14 de febrero del 273, y sus restos llevados a la sede donde presidía como pastor, donde se le venera hasta la fecha. A éste se le atribuyen milagros y también está relacionado con la buena fortuna de las parejas casaderas.
La celebración litúrgica de san Valentín fue instituida por el papa Gelasio Primero en el año 496 y fue implementada como elemento mitigador de las fiestas paganas de los lupercalia o de la fertilidad para celebrar al dios Luperco (nombre que deriva de lupus, lobo) representado como el dios Fauno, Sátiro o macho cabrío que acosaba a las jóvenes doncellas.
Simultáneamente a esta fiesta se celebraba la dedicada a Juno Februata (de ahí el nombre del mes de febrero), o diosa Febris, promotora de la fiebre de amor, protectora de las mujeres y del matrimonio. Uno de los ritos de esta fiesta pagana consistía en escribir unos papelitos el día 14 de febrero, poniendo en cada uno de ellos el nombre de una joven, que después eran sorteados entre los muchachos varones para elegir pareja y vivir en intimidad durante un año.
Ante estas prácticas licenciosas que continuaron avanzado el siglo V, la iglesia sublimó la carga erótica de la fiesta popular y la sustituyó con el ejemplo del mártir que bendecía el amor puro de quienes se acercaban a la fe cristiana para hacerlo feliz y duradero, además de exaltar el testimonio de la efusión de la sangre del mártir.
La leyenda cristiana de san Valentín derivó hacia los signos del cortejo entre los enamorados desde la Edad Media, sobre todo en Francia e Inglaterra, ahora vinculada con el fenómeno primaveral de la reproducción, como aquel de la clase de algunas aves que iniciaban sus juegos de emparejamiento durante el mes de febrero. Fue entonces, en el siglo XIX, cuando se reactivó el interés romántico comercial de la celebración de san Valentín, sobre todo en la ciudad de Londres, donde se imprimían tarjetas ilustradas para el intercambio de los enamorados con la típica frase de invitación al emparejamiento: Be My Valentine (Sé mi Valentín), tales tarjetas comenzaron a ser más adornadas y acompañadas con bolsitas perfumadas que solían contener caramelos. Esta costumbre tuvo buena recepción en los mercados de Paris y Nueva York, extendiéndose con rapidez en el occidente entre cristianos y no cristianos.
La celebración católica del santo fue suprimida en el calendario litúrgico en 1969, pero todos sabemos que se mantiene aún con mayor impacto en la cultura del consumo donde se ha repaganizado comercialmente con un significado de amor romántico, ansioso, erótico, fugaz, donde vuelve a desaparecer la figura de san Valentín, y más bien se sustituye con figuras de cupidos (figura mitológica del Eros griego), corazones, rosas ardientes, música
sensual sugestiva y otros efectos románticos.
En la actualidad podría ser difícil recuperar el sentido cristiano original que se le pretendió dar a la figura de san Valentín para orientar la fiesta de las parejas, a causa de las ya mencionadas dificultades histórico-litúrgicas, pero, sobre todo, porque desconocemos un mensaje o doctrina que reoriente la devoción y le otorgue un contenido espiritual. Sin embargo, el recuerdo de san Valentín sí puede ser motivo de invitación a la vivencia del amor noble y verdadero entre los enamorados, esposos y parejas que toman del amor de Dios una solución verdadera para la felicidad duradera.
Escrito por : P. Alberto Hernández Ibáñez, Director de la Licenciatura en Teología de la Universidad
Intercontinental (UIC) y sacerdote de la arquidiócesis de México
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