Conocí el movimiento Encuentro de Novios en el año 2001, cuando regresaba de estudiar en Roma. Monseñor Enrique Glennie, dados mis estudios en Pastoral de Matrimonios y Familia, me había invitado a participar de la comisión para elaborar el Directorio Nacional de Pastoral Familiar, que entonces se estaba trabajando.
Recuerdo que, terminando el primer descanso de una reunión en la que se encontraban representantes de diferentes movimientos laicales, había un matrimonio; se presentó y los dos me pidieron que acudiera a una cena especial para sacerdotes. Me explicaron que parte de su carisma era la formación pre-sacramental y que les interesaba que los conociera.Durante algunos meses tuve un acercamiento con otros movimientos, entre ellos Retrouvaille y Encuentro Matrimonial, pero la misión de Encuentro de Novios me atrapó, pues creí muy importante, como sacerdote, apostarle a colaborar en la cimentación de los matrimonios jóvenes.
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Sin embargo, pasaron los meses y no sabía muy bien cómo ayudarlos. Sabía que debía estar cerca de ellos, pero hasta ahí. Varios matrimonios me visitaban en mi parroquia, lo cual me agradaba, pero sentía que había mucho más qué hacer por ellos. Un día, escuché que se iba a cancelar un retiro de ‘Fin de semana’ para novios porque no había sacerdote. Por supuesto que me sentí comprometido y les pedí que me explicaran cómo los podía ayudar. Me dijeron que primero tenía que vivir mi ‘Fin de semana’, después escribir, y entonces sí, podía colaborar. “Si ese es el camino –dije– pues entonces hay que hacerlo”.
Hice lo que me pidieron, y en poco tiempo ya estaba colaborando. Esto ayudó mucho al movimiento porque antes tenían que traer a sacerdotes de diferentes partes de la República para que les ayudaran en los retiros.
Actualmente llevo más de 17 años perteneciendo al movimiento, y lo que más me gusta es convivir con todas las parejas. Para mí es una bomba espiritual poder compartir con ellos parte de sus sueños, lo que anhelan y lo que esperan de la vida juntos. Me llena mucho ser parte de esos cimientos para su vida, y saber que varios de ellos, con el paso de los años, recuerdan con cariño este movimiento.
Una de las mayores satisfacciones que he tenido, sin lugar a dudas, es la amistad, y también ser parte de la historia de muchas de estas familias; ser parte no sólo de un ‘Fin de semana’, sino de acompañar, bautizar a sus hijos o que hagan la Primera Comunión.
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Definitivamente esto ha sido casi toda mi vida ministerial. De los 20 años que tengo de ordenado, 17 he estado en la familia de este movimiento, y no sé si me pueda entender en un futuro sin Encuentro de Novios.
Una de las mejores experiencias que he tenido dentro del movimiento, ha sido el poder crecer como sacerdote y aprender a madurar también en muchas actitudes, lo que ha hecho de mí un sacerdote más humano y cercano. El hecho de saber que uno puede ir a cualquier ciudad, incluso país, y que es recibido como familia, y que te llevan y te traen, y que a veces es gente que apenas estás conociendo, es una de las cosas que más me llenan.
Anécdotas hay muchas, cada ‘Fin de semana’ ha sido distinto, y no dudo en que así siga. Pero quiero contarles una anécdota en especial: recuerdo que en una ocasión les platiqué a los novios que habían asistido al retiro de una pareja que se había reconciliado después de mucho tiempo, y que invitó a la familia a celebrar con helado de chocolate.
En aquella reunión habían unos novios, y el joven, a pesar de que no se les permite utilizar el teléfono celular, se las ingenió para hacer una llamada. Al final de retiro, cuando llegamos al lugar donde los esperaban sus familiares, el papá de aquél chico sacó un bote de helado de chocolate, porque quería celebrar con todos que su hijo y su novia se habían reconciliado.
Invito a que este ‘Fin de semana’ lo viva toda pareja, con o sin compromiso de boda, para forjar los cimientos de un Matrimonio permanente y dador de vida.
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