El 23 de marzo, vísperas de la Anunciación, el Consejo Episcopal Latinoamericano, mediante un comunicado firmado por su presidente, monseñor Miguel Cabrejos Vidarte, arzobispo de Trujillo, Perú, invitó “a los obispos del continente americano a presidir un Acto de Consagración a la Santísima Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe”.

Al día siguiente, la Conferencia del Episcopado Mexicano informó su comunión con la iniciativa mediante un comunicado firmado por su presidente, monseñor Rogelio Cabrera López, arzobispo de Monterrey: “en comunión con el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), haremos en la próxima Pascua, una consagración de toda América Latina a Nuestra Madre y Señora de Guadalupe, Emperatriz de América, para ponernos bajo su mirada amorosa y pedirle su intercesión y consuelo en estos momentos difíciles, a ella que puede abrirnos la puerta de la esperanza”.

Leer: Consagrar a nuestros pueblos a María de Guadalupe

El 31 de marzo, en otro comunicado el presidente del CELAM dio a conocer: “Anunciamos que el día en que celebraremos el Domingo de Resurrección, 12 de abril a las 12:00 horas (hora de México), desde la Basílica nacional de México, haremos un Acto de Consagración de América Latina y el Caribe a Nuestra Señora de Guadalupe, Emperatriz de América, para pedirle la salud y fin de la pandemia”.

El Acto de Consagración, celebrado en la basílica guadalupana, a puerta cerrada y sin presencia de fieles, fue presidido por el Arzobispo Primado de México, custodio de la sagrada imagen de la Virgen de Guadalupe, el cardenal Carlos Aguiar Retes. Al inicio, el Nuncio Apostólico en México, monseñor Franco Coppola, dio lectura a una carta enviada por el papa Francisco mediante la que envió un saludo a todos los presentes en la Basílica de Guadalupe y a quienes, conectados a través de “medios de comunicación social, celebran la solemnidad de la Resurrección de Nuestro Señor Jesús de entre los muertos, ante la mirada maternal de Nuestra Señora de Guadalupe, a quien con amor filial los pastores consagran todos los habitantes de los países de estas tierras americanas, implorando su intercesión ante Dios todopoderoso para que en su providencia ponga fin a la pandemia que aflige al mundo entero”.

Por su parte, el presidente del CELAM, monseñor Cabrejos Vidarte, se dirigió a la Virgen Madre de Dios para expresarle: “Hoy venimos nuevamente sintiéndonos pequeños y frágiles ante la enfermedad y el dolor para pedirte por toda la humanidad especialmente por tus hijos más vulnerables”.

En el curso de la homilía, tras meditar en la Resurrección de Cristo, el cardenal Aguiar se refirió al verdugo invisible que flagela a la humanidad: “Estamos viviendo una pandemia, y ante ella, estamos despertando a la necesaria colaboración solidaria de la sociedad para superarla. Elevemos nuestra oración para que sea la ocasión oportuna que nos lleve a replantearnos las tendencias dominantes negativas de la cultura actual, y logremos rectificar el camino de la conducta personal y social de nuestro tiempo”, y al término de la celebración ocurrió la consagración al expresar que “antes de la bendición final, consagremos, recitando juntos, la oración prevista por nuestros hermanos Obispos del Consejo de Presidencia del CELAM:

“Santísima Virgen María de Guadalupe, Madre del verdadero Dios por quien se vive. En estos momentos, como Juan Diego, sintiéndonos pequeños y frágiles ante la enfermedad y el dolor, te elevamos nuestra oración y nos consagramos a ti. Te consagramos nuestros pueblos, especialmente a tus hijos más vulnerables: los ancianos, los niños, los enfermos, los indígenas, los migrantes, los que no tienen hogar, los privados de su libertad. Acudimos a tu inmaculado Corazón e imploramos tu intercesión: alcánzanos de tu Hijo la salud y la esperanza. Que nuestro temor se transforme en alegría; que en medio de la tormenta tu Hijo Jesús sea para nosotros fortaleza y serenidad; que nuestro Señor levante su mano poderosa y detenga el avance de esta pandemia. Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre de América Latina y del Caribe, Estrella de la evangelización renovada, primera discípula y gran misionera de nuestros pueblos, sé fortaleza de los moribundos y consuelo de quienes los lloran; sé caricia maternal que conforta a los enfermos; sé compañía de los profesionales de la salud que los cuidan; y para todos nosotros, Madre, sé presencia y ternura en cuyos brazos todos encontremos seguridad. De tu mano, permanezcamos firmes e inconmovibles en Jesús, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén”

México ha padecido epidemias en 1520 por viruela, en 1545 por sarampión y en 1737 por tifo, fiebre amarilla y hepatitis. Una vez más, en 2020, ponemos nuestra seguridad en los brazos de la Virgen de México.

Publicado originalmente en Ver y Creer.

Roberto O'Farrill

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