La tragedia ocurrida la noche de 27 de marzo en las celdas del Instituto Nacional de Migración (INM) en Ciudad Juárez indica que se trató de un asesinato deliberado. Al día siguiente, durante la “mañanera”, el presidente López Obrador, en vez de declarar luto nacional, dedicó sólo tres minutos para hablar de la calamidad diciendo que todo había ocurrido en un albergue donde los migrantes, al recibir la noticia de su deportación de México para repatriarlos, se desesperaron y, como protesta, provocaron el fuego. López Obrador no dijo más sobre el tema, a pesar de que lo sucedido en Juárez fue una de las catástrofes más grandes ocurridas a migrantes en México en los últimos años.
El presidente sabía que no se trataba de un albergue, sino de una prisión del INM para migrantes. La Secretaría de Gobernación había visto el video captado por una cámara del instituto horas antes de la declaración del mandatario, pero nunca imaginaron que se filtraría a la prensa y se haría viral en redes sociales. ¿Cómo encubrir lo que a leguas se ve que fue un asesinato de los guardias del INM por la omisión de abrir las rejas a los migrantes para que escaparan del fuego, mientras estos pateaban la puerta? Después de que el video se hiciera viral, el secretario de Gobernación Adán Augusto López se puso fúrico; no se podía tapar el sol con un dedo.
“¿Nos has traído aquí para dejarnos morir de sed a nosotros, a nuestros ganados?”, era clamor de los antiguos hebreos, y hoy es el reclamo de quienes, con el anhelo de pisar los Estados Unidos, son tratados como mercancía, y muchas veces como animales, por el gobierno de México que los invita a venir, ofreciéndoles visas y trabajo. “¡Basta de tanto pecado!”, reflexionaba el señor obispo de Ciudad Juárez, Guadalupe Torres Campos, durante su homilía durante la misa por los migrantes muertos. Basta del pecado de tratar a los seres humanos como objetos de compraventa. Ellos no son animales. Son personas muy vulnerables y con historias dramáticas.
Durante la última visita del presidente Biden a México en enero de este año, se acordó la deportación de 30 mil migrantes mensuales de Estados Unidos hacia la frontera con México y López Obrador se doblegó. ¿Quién atendería a esos migrantes? ¿Con qué infraestructura? ¿Qué trabajos se les ofrecerían? ¿Había algún programa para ellos? Sin embargo no sólo los migrantes deportados han saturado la frontera norte, sino también la frontera sur. La política de puertas abiertas a la inmigración que ha mantenido el Gobierno de México ha sido una bomba que tarde o temprano habría de estallar en catástrofes humanitarias.
La periodista Denise Maerker, a inicios de 2019, dio la noticia de que por recortes de presupuesto federal fueron despedidos miles de empleados del INM y sus funciones fueron asumidas por empleados sin suficiente capacitación. Por otra parte “El Economista” informó que, por corrupción, más despidos ocurrieron en agosto de 2020.
Con una sobresaturación de inmigrantes en el país, un INM recortado en presupuesto y con empleados insuficientes y mal capacitados, sólo podrían esperarse tragedias como las ocurridas en febrero de 2023 en la carretera entre Oaxaca y Puebla con 17 muertos; en 2022 en un remolque abandonado en San Antonio Texas con 56 migrantes asfixiados; en el choque en una carretera de Chiapas con 56 fallecidos y ahora el incendio en Ciudad Juárez con 38 muertos. La única culpa que ellos tuvieron es intentar escapar de la miseria –muchas veces bajo manipulación–, para buscar una vida más digna.
La migración es un problema muy complejo que tiene muchas aristas. Lo cierto es que los gobiernos de Estados Unidos y México, con sus fallidas políticas migratorias y su falta de coordinación con la sociedad civil, han provocado estas crisis humanitarias de los últimos años. Como cristianos hemos de seguir ayudando a los migrantes en sus luchas y hemos de brindarles, en nuestras posibilidades, la posibilidad de integrarse a nuestras realidades culturales, ofreciéndoles ayuda humanitaria y empleos. Pero también hemos de exigir a nuestros gobernantes López Obrador y Biden –tan amantes del desorden– actuar con más responsabilidad y darles un trato que respete la dignidad de la persona humana.
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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