El momento que nos ha tocado vivir es un tiempo crucial, en algunos sentidos sin precedentes por los alcances globales de la tecnología y el poder que se ha llegado a desplegar, sin parangón en la historia.

Es un tiempo a la par saturado de información y saturado de confusión y manipulación. Un tiempo de mucho dolor a la par de una búsqueda irrefrenada de placer. Un tiempo que a la vez parece quejarse de que Dios nos ha abandonado y en el que muchos han abandonado a Dios. Un tiempo de pandemias, de cierres económicos y encerramientos que distancian a las personas, donde parece que la salvación está en una vacuna, en un receteo económico y en instancias políticas que instauren una nueva normalidad.

Un tiempo donde se cree que lo único a atender es lo que puede matar el cuerpo, llámese un virus o un cambio de clima y se olvidan las palabras de Cristo (Mt, 10,28) “no tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno” y que aprovecha pandemias y usa banderas ecológicas precisamente para esos fines.

El Papa Benedicto XVI nos dice, en el libro publicado en noviembre pasado ya en plena pandemia*, que “la verdadera amenaza para la Iglesia y, por tanto, para el ministerio petrino” radica “en la dictadura universal de ideologías en apariencia humanistas a las que solo cabe contradecir al precio de quedar uno excluido del consenso social básico. Hace un siglo, todo el mundo habría considerado absurdo hablar de matrimonio homosexual. Hoy, quien se opone a él es socialmente excomulgado. Otro tanto ocurre con el aborto y la producción de seres humanos en laboratorios. La sociedad moderna está formulando un credo anticristiano, y la resistencia a ese credo se castiga con la excomunión social. Es normal, muy normal, tenerle miedo a este poder intelectual del Anticristo, y realmente hace falta el apoyo oracional de una diócesis entera, de la Iglesia entera para oponerse a él”.

Esto, obviamente, tiene fuertes implicaciones globales, regionales, nacionales, familiares y personales. Cuando se dice “Dictadura Universal” y la imposición de un “credo anticristiano” con el “poder intelectual del Anticristo”, quiere decir que instancias internacionales, tanto corporativas como intergubernamentales y políticas, están moviendo algo que va más allá de matar el cuerpo y ante ello uno no puede quedar impávido, como volteando para otro lado, es momento de elevar la mirada, ver más profundo y convertirnos de corazón hacia el único que puede realmente salvarnos.

Me parece muy oportuno recordar la reflexión que el entonces cardenal Joseph Ratzinger hizo sobre el Viernes Santo, que se escuchan hoy con una actualidad sorprendente, aquí algunos párrafos:**

“Toda la pobreza humana, todo el desamparo humano, todo el pecado humano, se hacen visibles en la figura de Jesús crucificado, que está en el centro de la liturgia del Viernes Santo. Y sin embargo, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, ha despertado sentimientos de consuelo y de esperanza. El retablo del altar de Isenheim, pintado por Matthias Grünewald, y que es el cuadro de la crucifixión más conmovedor de toda la cristiandad, se encontraba en un convento en el que eran atendidos los hombres que eran victimas de las terribles epidemias que azotaban a la humanidad en occidente en la Baja Edad Media. El crucificado está representado como uno de ellos, torturado por el mayor dolor de aquel tiempo, el cuerpo entero plagado de bubones de la peste. Las palabras del profeta, cuando dijo que en él estaban nuestras heridas, encontraron su cumplimiento. Ante esta imagen rezaban los monjes, y con ellos los enfermos, que encontraban consuelo al saber que, en Cristo, Dios habia sufrido con ellos. Este cuadro hacia que a través de su enfermedad se sintiesen identificados con Cristo, que se hizo una misma cosa con todos los que sufren a lo largo de la historia; experimentaron la presencia del crucificado en la cruz que ellos llevaban, y su dolor les introdujo en Cristo, en el abismo de la misericordia eterna. Experimentaron la cruz que debian soportar como su salvación.

Actualmente esta concepción de la salvación choca en muchos hombres con una profunda desconfianza. Siguiendo a Karl Marx, consideran este consuelo celestial para el valle de lágrimas terrenal como mera palabreria, que no soluciona nada, sino que mantiene la miseria en el mundo, con lo que tan sólo ayuda a aquellos que están interesados en mantener la actual situación. En lugar de consuelo exigen, en cambio, que quite el dolor, y quitándolo lo redima: no se trata de salvar por medio del dolor, sino de salvar del dolor; la tarea no consiste en esperar la ayuda de Dios, sino en humanizar al hombre a través del hombre mismo. Naturalmente, lo primero que se puede objetar es que no se trata de una auténtica alternativa. Pues aquellos monjes de los que hablábamos no velan en la cruz ningún pretexto que les eximiese de su tarea, que les librase de su actividad de ayuda humana bien dirigida y organizada. Con 369 hospitales en toda Europa habian construido una red de ayuda, en la que la cruz de Cristo se habia convertido prácticamente en una llamada a buscarle en los que sufren y curar su cuerpo herido, es decir, a cambiar el mundo y poner fin al dolor. Y podemos preguntarnos si hoy, con tantas palabras sobre el humanismo como estamos oyendo, existe realmente un impulso para el servicio y la ayuda como existia entonces.
(…)

Por tanto, las cuestiones en torno a la actividad necesaria para la conformación y la transformación del mundo habrá que observarlas de modo distinto a como sucede en esas contraposiciones que hoy están tan de moda. Esto no resuelve por entero la cuestión que estamos tratando; pues los monjes, de acuerdo con el credo cristiano, no sólo predicaban la salvación de la cruz, sino también la salvación por la cruz, y asi lo practicaban. Esto hace referencia a una dimensión de la existencia humana que cada vez se va alejando más de nosotros, pero constituye el núcleo del cristianismo, desde el que se ha de comprender la actividad humana en este mundo.

(…)

La salvación del mundo no viene, en definitiva, del cambio que nosotros produzcamos, con una política que queremos divinizar. Hay que trabajar continuamente en ese cambio del mundo, humana, realista, pacientemente. Pero el hombre pide y pregunta por algo que sobrepasa en mucho todo cuanto puedan ofrecerle la política y la economía. Y la respuesta está en Jesucristo, en el hombre por el cual nuestro dolor descansa en el corazón de Dios, en el amor eterno. El hombre tiene sed de este amor, sin el cual no es más que un experimento absurdo, por más transformaciones del mundo que lleve a cabo. Hoy más que nunca precisamos el consuelo de aquel en cuyas espaldas están marcados nuestros cardenales. Él es el verdadero consuelo, lejos de toda palabreria. Dios quiera que nuestros ojos y nuestro corazón se abran a este consuelo; que seamos capaces de vivir en él y sacar fuerzas de él para seguir viviendo; que, en medio del Viernes Santo de la historia, recibamos el misterio pascual del Viernes Santo de Cristo y en él seamos salvados”.

*PETER SEEWALD, Benedicto XVI Una Vida, Ed. Mensajero, 2020.
** JOSEPH RATZINGER, HANS URS VON BALTHASAR, LUIGI GIUSSANI,
JOHN HENRY NEWMAN, Vía Crucis, Ed. Encuentro, 1999.

*Rodrigo Iván Cortés es Presidente y cofundador del Frente Nacional por la Familia; Vicepresidente de la Political Network for Values; Cofundador del Instituto de Análisis de Políticas de la Familia; Catedrático universitario. Lic. en Filosofía, Mtria. Administración Pública, Master y doctorando en Gobierno y Cultura de las Organizaciones. Coautor de 8 libros.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

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Rodrigo Iván Cortés

Presidente del Frente Nacional por la Familia.

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