Hace muchos años, en la década de los años treinta, Aldous Huxley (1894-1963), el famoso autor de Un mundo feliz, escribió un largo ensayo titulado Uno y muchos, en defensa abierta del politeísmo.

Según él, el monoteísmo es casi siempre desastroso, unilateral y violento. ¿Para qué tener un Dios si se pueden tener a mano muchos más? Por otra parte, se comprende –dijo allí nuestro autor- que los judíos hayan acabado “inventado” el monoteísmo, pues los paisajes en que discurría su existencia eran tan monótonos como lo eran sus vidas, sus costumbres y su moral. ¿Qué podían ver estos hombres en sus correrías geográficas, por ejemplo, más que dunas, sol y mucha arena? En el desierto no hay nada más. Pues bien, siendo así las cosas, ¿qué tiene de extraño que al final hubieran acabado afirmando lo uno en detrimento de lo múltiple? Los acusa, en pocas palabras, de haber suprimido la riqueza de la vida.

La Biblia no habla en ningún lugar, por supuesto, de que Dios sea una invención del hombre, sino todo lo contrario: dice, más bien, que los hombres son una invención de Dios, y esto en casi todas sus partes y casi en todas sus páginas. Pero esto no parece hacer mella al señor Huxley, pues él ya tiene en la cabeza una teoría y no va a renunciar a ella con tanta facilidad. En su furia antisemita llega incluso a decir: “Perdóneseme el deseo de que los judíos hubieran permanecido no cuarenta años sino cuarenta mil en el desierto”.

Según nuestro autor, el monoteísmo es inconveniente porque no da cuenta de la polifonía de la vida, sino, a lo más, de uno solo de sus aspectos. El monoteísmo –argumenta- nos hace ver, sí, que el mundo, visto panorámicamente, es uno -una unidad-, pero que el mundo sea una unidad no significa que sea monótono, pues está hecho de infinitos matices y se compone de incontables variaciones que sólo el politeísmo –“un delicioso paganismo”, como él mismo dice- sería capaz de apreciar en su justa medida. He aquí algunos fragmentos de este ensayo que lo explican todo:

“Creo en un solo Dios, afirma el que frecuenta la Iglesia, y lo mismo se apresurarán a declarar casi todos los hombres que piensan ‘como es debido’ si se les pregunta en qué creen. En un solo Dios. ¿Pero por qué no en sesenta y cuatro o en doscientos diecisiete dioses? Porque el monoteísmo está de moda en la Europa del siglo XX. Si no lo estuviera, es claro que todos los que piensan ‘como es debido’ afirmarían su fe en sesenta y cuatro o en doscientos diecisiete o en el número de dioses prescrito por la autoridad competente”.

Así pues, para Huxley creer en un solo Dios es una simple cuestión de moda. Pero su argumento podría revertirse de tal manera que hasta podríamos preguntarle: “Y, señor Huxley, al defender usted el politeísmo, ¿no está siguiendo una moda o tratando al menos de imponer una nueva? Y, por lo demás, no se preocupe: pensar hoy como pensaba usted hace ochenta años no es tan raro como podría usted creer: hoy, más bien, es algo que se lleva bien”.

“El monoteísmo, tal como lo conocemos en Occidente, fue inventado por los judíos. Estos desdichados habitantes del desierto no hallaron en la desnudez que les rodeaba nada que les sugiriera la rica diversidad del mundo…

“Al templar lo que hubiera sido en las oscuras edades de la barbarie caótica el culto peligroso de la diversidad, el culto de un solo Dios fue sin duda, en su tiempo, una empresa admirable. Los tiempos han cambiado; el monoteísmo ha perdido el valor que las circunstancias le dieron una vez. Carece de utilidad política; es un veneno para el individuo”.

El monoteísmo -son palabra de Huxley-, es, hoy por hoy, políticamente incorrecto. Claro, claro: ni que estuviéramos ciegos para no verlo. Pero citemos aún un último párrafo:

“Si alguna vez se han de levantar los hombres de las honduras a que están bajando ahora, sólo será por obra de una nueva religión vital. Y puesto que la vida es diversa, la nueva religión habrá de contar con muchos dioses… Habrá de ser no menos dionisíaca y pánica que apolínea; órfica y racional; no sólo venerará a Cristo, sino también a Marte y a Venus; a la adoración de Minerva y de Jehová agregará el culto fálico. En una palabra, habrá de ser todo lo que de hecho es la vida humana y no sólo la expresión simbólica de uno solo de sus aspectos”.

Al decir lo que dijo, el señor Huxley dio muestra de no haber leído nunca la Biblia sino sólo superficialmente, pues de haberlo hecho con alguna atención, tal vez hubiese descubierto que no podía ser invención judía lo que tanto trabajo dio a los judíos practicar con rigor y extrema fidelidad: el monoteísmo, es decir, el culto a un único Dios. ¡Pero si apenas se descuidaba Moisés y ya estaban éstos adorando al becerro de oro!… El lector de la Biblia, si es honrado, tendrá que reconocer al final que la tentación de adorar a otros dioses estuvo en Israel siempre al acecho. ¡Ah, cómo es atractiva la variedad, sobre todo por lo que se refiere a ciertas cosas!

Cuando Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir se juraron fidelidad el uno al otro, al punto añadieron, para no comprometerse demasiado: “Fidelidad, por supuesto, a este amor necesario, pero sin prohibirnos vivir otros amores contingentes”.

Lo uno –dice Huxley- es monótono. Ya lo creo. Pero así como debemos resignarnos a no tener más que una cabeza, así es preciso aceptar que no hay más que un único Dios. Tal vez nuestro autor hubiese querido tener dos narices, o tres corazones, o cuatro mujeres. Yo conozco un individuo que querría tener cinco órganos sexuales para poder dar abasto en sus innumerables correrías nocturnas… ¡Ah, la tentación de lo múltiple!

En el fondo, el Dios único da miedo. Da miedo porque llama, insta, promulga y, a veces, amenaza. El politeísmo, por el contrario, es cómodo: afirma la existencia de muchos dioses para evitar el riesgo de creer en uno solo, un poco así como se defiende la poligamia para no tener que ser fiel a una única mujer.

¿O me equivoco?

El P. Juan Jesús Priego es vocero de la Arquidiócesis de San Luis Potosí.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

P. Juan Jesús Priego

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