San Lorenzo fue diácono de Roma en la época de la persecución contra los cristianos. El mártir cumplía con diligencia su labor: atender las necesidades de los pobres, huérfanos y viudas. Cuentan que, tras el martirio del entonces papa Sixto II, San Lorenzo se libró inicialmente de la muerte por la esperanza que tenían los victimarios de obtener información sobre los bienes de la comunidad. No obstante, el diácono repartió las pocas posesiones entre los pobres a quienes reunió en gran multitud ante las autoridades romanas, presentándolos como el tesoro de la Iglesia.
Por siglos, la defensa y la atención de las personas empobrecidas ha sido una actividad central en la vida de la Iglesia. La dimensión social de la fe cristiana descansa en la historia de la Salvación, la cual es la presencia de Dios que se preocupa e identifica con los últimos de la historia. La identificación entre Dios y las personas empobrecidas la encontramos en grado máximo en el Evangelio según San Mateo (25, 31-46), donde Nuestro Señor Jesucristo nos narra el fin de los tiempos y establece como criterio de salvación o de condenación lo que hicimos o lo que dejamos de hacer “con el más pequeño de [nuestros] hermanos”, pues lo hicimos, o no, con Jesucristo mismo. Así, como cristianos, no podemos pasar de largo ante nuestro prójimo abatido, despojado y herido. (Lc 10, 29-42) Y no podremos responderle a Dios “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?” (Gn 4, 9) cuando nos pregunte por nuestras hermanas y hermanos descartados.
Por ello, la reflexión sobre lo social no ha sido ajena al magisterio. Particularmente, Rerum novarum significó un punto de partida a partir del cual todo pontífice hace referencia obligada a la realidad social de su tiempo.
En este sentido, podemos considerar que la Doctrina Social de la Iglesia también es un verdadero tesoro en tanto reúne siglos de sabiduría. Lamentablemente, para muchas y muchos católicos, es un tesoro que desconocemos, hemos olvidado o que tenemos enterrado tres metros bajo tierra, cuando debería de ser una fuente inagotable de reflexión y acción para anunciar el Reino de Dios.
De esta forma, para la transformación de la sociedad a la luz del Evangelio, primero necesitamos conocer la Doctrina Social de la Iglesia. Por ello, conviene formarnos en ella sin olvidar que es una formación para la acción. Asimismo, es necesario fomentar y reconocer el pensamiento social cristiano en donde quiera que se geste. Pero no como mero accesorio, sino en plena convicción de que nuestra fe tiene un núcleo eminentemente social. De esta forma, podremos tener siempre presentes en nuestra alma, mente, corazón y manos a quienes San Lorenzo reconoció como el Tesoro de la Iglesia. Y tú, ¿ya conoces la Doctrina Social de la Iglesia?
David Vilchis
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