Estamos ciertos de la oración constante de nuestra Iglesia a favor de la paz, pero nuestro dolor ya no puede ser retenido en la impotencia de vernos como espectadores de la tragedia, la realidad sufriente de nuestro pueblo nos exige, sin lugar a dudas, una actitud corresponsable con la necesidad que enfrentamos. –uno de cada tres adultos es víctima de un delito en México. –además apenas un pequeño número de los delitos son llevados a la justicia. –el índice global de impunidad en 2018 fue del 93%.
El terror nos debe unir y fortalecer, tiene que ser un aguijón espiritual para despertar las conciencias de todos, darnos cuenta de la necesidad del otro como comunidad, como fuerza de un pueblo unido ante la hecatombe de las violencias. No podemos atemorizarnos, es una realidad complicada, que requiere de una iglesia profética. De la destrucción del terremoto hemos sido capaces de levantarnos poco a poco; también de este siniestro social hemos de salir adelante reconstruyendo nuevas estructuras sociales, es un tiempo de cambios, pero ante todo de cambios de mentalidad, la realidad nos demanda también a nosotros a reelaborarnos de manera distinta para responder con perspicacia a los retos de hoy.
Hoy vivimos situaciones que nos han rebasado en mucho y que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras, es una espiral de dolor a la que por el momento no se le ve fin. Muchos pueblos en nuestro país y en nuestro estado experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono de sus hogares y una orfandad por parte de quienes tienen la obligación de proteger sus vidas y sus bienes.
Tal parece que esta situación de violencia ha rebasado a las autoridades en muchas partes, los grupos delincuenciales se han establecido como verdaderos dueños y señores de espacios y cotos de poder y, debido a la furia y a la capacidad de terror de muchos de ellos, han puesto a prueba la fuerza de la ley y del orden. Son muchos los sufrimientos que a causa de la violencia a lo largo de estos últimos años se han ido acumulando en las familias del pueblo mexicano.
(Inspirado en mensajes de la CEM).
Los obispos de México hemos dicho: ¡basta ya! No queremos más sangre, no queremos más muertes, no queremos más desparecidos, no queremos más dolor ni más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las familias cuyos hijos están muertos o están desaparecidos y que suman ya por miles de víctimas anónimas en diversas regiones de nuestro país. Nos unimos al clamor generalizado por un México en el que la verdad y la justicia provoquen una profunda transformación del orden institucional, judicial y político, que asegure que jamás hechos como estos se prolonguen o se repitan.
Nuestro país no aguanta más. Ningún estado puede sobrevivir donde no se castigan los delitos, donde se han corrompido las instituciones de justicia y no existen los medios para procurar la aplicación de la ley para quien ha cometido algún delito.Esta realidad ha llevado a la crisis de las instituciones de gobierno, gobernantes, partidos políticos y dirigentes sindicales, a perder credibilidad entre los ciudadanos y a romper un tejido social endeble.
No podemos cargar todo el peso de las responsabilidades a una sola persona, ni a una sola institución pues somos una nación y como tal debemos enfrentar las dificultades; por lo tanto, como ciudadanos y como instituciones nos toca asumir las responsabilidades que nos competen para mejorar la actual situación y recuperar el país con sus valores y potencialidades. Todos los mexicanos estamos llamados a comprometernos por salir de la crisis.
La situación actual de nuestro pueblo nos apremia a asumir compromisos urgentes y responsables, a realizar sinergias institucionales efectivas e inteligentes.
Me parece oportuno, a la luz del Evangelio, hacer un apremiante llamado a la conversión a quienes originan la violencia y persisten en ella, que, de una vez por todas, se den cuenta de que su dinero fácil tarde o temprano les va quemar sus bolsillos y su alma.
Que Dios, juez justo, los llamará a cuenta y les pedirá cuentas de la sangre de sus hermanos. Recuerden: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?
*Monseñor Ramón Castro es Obispo de Cuernavaca, encabezó la quinta edición de la Marcha por la Paz que se realizó en la capital de Morelos el pasado 1 de junio.
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