Alberto Quiroga
Dicen los que saben de ventas que para ser un buen vendedor, se debe seguir la regla de la anatomía: Si tenemos dos ojos y dos oídos y una sola boca, esto nos indica que debemos observar y escuchar lo doble de lo que hablamos.
Un vendedor que domina el arte de escuchar, lleva ventaja sobre uno parlanchín. El que calla se da la oportunidad de saber qué es lo que está buscando su cliente.
En el tema de los diálogos, sea en ventas, familia o incluso en el plano espiritual, siempre será de mucha ayuda saber cuándo se debe guardar silencio, pero hacerlo no es sencillo. Casi siempre queremos que los demás sean los que escuchen.
Por otra parte, hay momentos en los que parece que se agota el diálogo, que todo se ha dicho y que, a pesar de ello, no obtenemos las respuestas que estamos esperando.
Cuesta trabajo guardar silencio y escuchar, pero esto es necesario para permitir una adecuada comunicación.
En la oración, que es (o debe ser) un diálogo con Dios, observamos que también sucede que se busca en demasía el mucho hablar y el poco callar y lo que hablamos suele ir más por el campo de la queja y la solicitud constante y menos por el agradecimiento y la alabanza.
Hablar y hablar sin escuchar lleva al aislamiento. Dios tiene mucho que decirnos, pero amablemente siempre espera a que guardemos silencio, no interrumpe, a pesar de escuchar una y otra vez las mismas quejas y reclamos.
Debemos darnos el regalo del silencio en la oración y decir como el profeta: Habla Señor, que yo te escucho.
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