Lic. Leticia Cortés Villarreal
“En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este «arte del acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro. Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.” (Evangelii Gaudium 169).
Cuidado de las familias concretas, cuidar de las parejas que comienzan, cuidar de los mayores, cuidado de las parejas en crisis, cuidar de las familias estresadas por la exclusión o la violencia, cuidar de las familias en las políticas, cuidado incluso de aquel con quien se disiente en el debate público…Cuidar de todos al modo de Jesús. Cuidar de la vida, cuidar el espíritu.
El matrimonio y la familia cristiana están en el centro de la vida de la Iglesia y para comprender el futuro de la humanidad son la clave indispensable. La familia no solo constituye una tarea esencial sino que, como los sínodos repitieron recordando a nuestro querido San Juan Pablo II, “la familia es el camino de la Iglesia”. La sociedad de los cuidados es una de las grandes propuestas civilizatorias del Papa Francisco, ya presente en su primera homilía pontifical, cuyo centro fue el valor de custodiar del espíritu humano, de la relación con Dios, de los otros, de los bienes comunes y del planeta. La sociedad de los cuidados es una nueva forma de entender la comunidad humana, más allá del Estado de bienestar, entiende que vivimos en una “casa común” que todos debemos corresponsabilizarnos en custodiar y que en la sociedad unas personas debemos cuidarnos a otras “Acompañar”. Por tanto, por un lado activa, responsabiliza y fortalece a los sujetos (personas, familias, barrios, redes, instituciones, profesiones,) que son cuidadores. Y, por otro lado adopta la perspectiva de la experiencia, desarrollo y sostenibilidad de la gente en su vida cotidiana, especialmente de los más frágiles.
“Las respuestas a las consultas realizadas remarcan que en situaciones difíciles o criticas la mayoría no acude al acompañamiento pastoral, ya que no lo siente comprensivo, cercano, realista, encarnado. Por eso, tratemos ahora de acercarnos a las crisis matrimoniales con una mirada que no ignore su carga de dolor y de angustia” (AL 234). Gran parte de la atención y receptividad que la Iglesia de los Cuidados busca, necesita recuperar confianza y estima entre la gente. Una pastoral del acompañamiento se debe entender como una dimensión imprescindible de la necesaria conversión pastoral. El Papa Francisco hace la mejor presentación de lo que presupone: “La Iglesia “en salida” es la comunidad de discípulos misioneros que toman la iniciativa, que se involucran, que acompañan, que dan fruto y festejan” (EG 24).
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El acompañamiento se pone como centro de las actividades de la Iglesia que comienza con el reconocimiento de la primacía de la gracia y de la acción de Dios. El modo de acompañar está vinculado al “involucrarse”, que es la intención de formar vínculos con personas, como voluntad de promoción de las mismas El acompañamiento no es una estrategia, sino una respuesta de fidelidad a una llamada divina que nos enseña a partir de la misión de Jesucristo, el Buen Pastor. En la Relatio finalis aparece claramente una llamada al acompañamiento como parte de una “renovación radical de la praxis pastoral a la luz del Evangelio de la Familia” (n. 37).
Ante las carencias de acompañamiento en nuestra pastoral actual, es esencial la Formación de las personas que puedan acompañar porque el acompañamiento es la primera de las claves pastorales en las que incide la exhortación Amoris laetitia. La expresión tiene su riesgo: podríamos pensar que acompañar es algo obvio o, que basta “querer hacerlo” para “saber hacerlo”. La realidad es bien distinta: el término arroja un enorme desafío a nuestras pastorales corrientes, pensadas algunas veces como ofrecimiento de servicios, o como lugar de reuniones por grupos, pero que no saben caminar con las personas a lo largo de un camino paciente en el tiempo.1 En otras palabras, quiere decir acompañar en la vocación al amor pues es así que se concibe una vida en unidad, en donde se asumen los distintos encuentros humanos y se comparten los acontecimientos que unen a los hombres entre sí.
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En todo acompañamiento, como realidad vital, existen varias etapas: la primera es la acogida, la segunda la iniciación, la tercera el progreso en el camino. Se ha de asumir el proceso como unidad antes de ofrecer el acompañamiento. Es esencial en dicho proceso, trasparentar la realidad eclesial y que, por tanto, en la pastoral familiar se vea la colaboración de diversas personas.
En concreto, esto exige en la actualidad la necesidad de formar grupos capaces de acompañar a las familias en cada parroquia. Por tanto, es preciso para poder articular un acompañamiento adecuado a la pastoral familiar, organizar una red de grupos de acompañamiento. Un medio especialmente adecuado para generar este tipo de acompañamiento son los Centros de Orientación Familiar de la Iglesia, que deben ser concebidos de un modo evangelizador y no solo terapéutico. Todos los cristianos tienen necesidad de ser acompañados. Nadie puede seguir aislado en su camino hacia Dios. Esto es una realidad esencial para superar un individualismo que contamina incluso la comunidad cristiana. La familia es el primer lugar de acompañamiento para sus miembros y paradigma para cualquier otro. A partir de esta realidad, existe un orden en el acompañamiento que ha de responder también a la urgencia de las personas más necesitadas: “Conforme a la mirada misericordiosa de Jesús, la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad” (Relatio fianalis 28).
1.Acompañar, discernir, integrar Vademécum para una nueva Pastoral familiar a partir de la Exhortación Amoris laetitia.
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