Cuando a las personas se les pregunta por qué hay pobreza, algunas contestarán: “el pobre es pobre porque quiere”, señalando que es una cuestión de mérito, esfuerzo, empeño o responsabilidad individual. A esta visión se le conoce como meritocracia.
Ahora bien, el principal problema de la meritocracia es que nos impide ver la realidad. Por un lado, sobredimensiona el mérito personal, ignorando todas las condiciones estructurales que, de hecho, minimizan el esfuerzo de las personas. Por ejemplo, en México, los que menos ganan son los que trabajan más horas, sin embargo, su esfuerzo no rinde frutos. Peor aún, cuestiones que no deberían de importar para el acceso de oportunidades como el género, el color de piel, la etnia o el lugar de nacimiento, se vuelven determinantes para las vidas de las personas.
Por otro lado, la meritocracia legitima las injustas desigualdades. Pues si uno cree que ser rico o pobre es responsabilidad de cada quien, entonces creeremos que la diferencia entre ricos y pobres es justa y que cada uno está donde le corresponde. Y, además, veremos con sospecha toda política o acción que trate de atender la pobreza o reducir las desigualdades e, incluso, acusaremos acríticamente de asistencialista o paternalista a todo intento de distribución o redistribución de la riqueza.
Ahora bien, ¿qué nos dice el Pensamiento social cristiano? Por un lado, los padres de la Iglesia tienen una postura muy clara, la cual fundamenta el principio del destino universal de los bienes: Si Dios hizo la creación para todo el género humano, sin privilegios ni exclusiones, ¿cómo es que unos tienen mucho y otros no tienen casi nada? Así, la pobreza siempre es injusta y es fruto de la acumulación de los otros. En este sentido, para los padres de la Iglesia, la justicia es devolución.
Cuando hacemos algo por el empobrecido, no le estamos dando de lo propio o de los otros, sino que le estamos devolviendo lo que le pertenece, pero que por arreglos desiguales e injustos se ha visto privado hasta de lo más indispensable para subsistir. Así, los padres de la Iglesia, fundados en el Evangelio, son inclementes contra toda forma de acumulación, por más “justa y legítima” que pueda parecer.
Por otro lado, el pensamiento latinoamericano nos enseña que las personas empobrecidas son prioridad en nuestra acción social. ¿Por qué? 1) Porque la historia de la salvación no es otra que la muestra del amor de Dios para con los “últimos de la historia”. 2) Porque Cristo mismo se identifica con el que tiene hambre y sed, con el migrante, el desposeído, el enfermo y el preso. (Mt 25, 31-46). 3) Porque las personas empobrecidas histórica y sistemáticamente se han visto privadas hasta de lo más indispensable para vivir y si no hacemos algo, seremos cómplices de pecados que claman al cielo. (Ex 22, 20-23; CIC, 1867) Así, la invitación es siempre a ser críticos de nuestros pensamientos y a poner a la persona en el centro de nuestra acción.
Por: David Vilchis, responsable de investigación del Instituto Mexicano de Doctrina Social (IMDOSOC)
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