Con mucha sencillez y de la manera más rápida –en apenas tres versículos- cuenta la Escritura la manera en que fue llamado al servicio de Dios el profeta Eliseo:
“Elías partió de allí y fue en busca de Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando; tenía doce yuntas de bueyes, y él llevaba la última. Elías pasó junto a él y le echó encima su manto. Eliseo dejó la yunta, corrió detrás de Elías y le dijo:
“-Deja que me despida de mi padre y de mi madre; luego te seguiré.
“Respondió Elías:
“-Yo no te lo impido; vete, pero regresa.
“Eliseo se apartó de Elías, tomó la yunta de bueyes y la sacrificó. Coció luego la carne, sirviéndose de la madera del yugo y la distribuyó entre su gente, que comió de ella. Luego se fue detrás de Elías y se consagró a su servicio” (1 Reyes 19, 19-21).
Y eso es todo. El relato de los orígenes de su vocación acaba allí, y la cosa, en cierto sentido, nos parece de lo más natural. Digo en cierto sentido, porque hoy sería raro que alguien decidiese algo tan grave como es entregar su vida con tanta rapidez. Elías llama, arrojando su manto, y Eliseo lo sigue. Sus palabras: “Deja que me despida de mi padre y de mi madre; luego te seguiré”, nos parecen justas. Claro, es preciso despedirse: cuando uno se va, es de elemental cortesía decir adiós.
Y, sin embargo, en el Nuevo Testamento hay algunos pasajes muy parecidos a éste que, si puedo expresarme así, dejan en el lector un amargo sabor de boca. En ellos, por supuesto, ya no es Elías quien llama, sino Jesús, y las cosas se desarrollan de muy diversa manera:
“Mientras iban de camino, uno le dijo:
“-Te seguiré adondequiera que vayas.
“Jesús le contestó:
“-Los zorros tienen guaridas y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
“A otro le dijo:
“-Sígueme.
“Él contestó:
“-Señor, déjame ir antes a enterrar a mi padre.
“Jesús le respondió:
“-Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reino de Dios.
“Otro le dijo:
“-Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia.
“Jesús le contestó:
“-El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios” (Lucas 9, 57-62).
¡Cómo! ¿Pero por qué no permite Jesús a este desconocido lo que sí permitió Elías a Eliseo? Éste dijo: “Luego te seguiré”; aquél respondió: “Yo no te lo impido”. ¿Por qué, pues, no hizo Jesús lo mismo?
Una vez un psicólogo, en la radio, hizo de Jesús el siguiente comentario:
-Se ve a las claras que era un ególatra consumado. ¿Con qué derecho se atrevía a pedir semejantes cosas y, sobre todo, con esa altivez?
Pero no. No es por egolatría por lo que Jesús obraba de esa manera. Y como creo tener la respuesta sobre este asunto, ahora mismo la diré. Que el Señor confesara no tener dónde reclinar la cabeza era lo mismo que decir:
-Mira, yo no tengo una casa fija, lo que se llama un domicilio. Soy itinerante, ¿no lo ves? Por lo tanto, es muy probable que, si no me sigues ahora, no volvamos a vernos nunca más. Si yo tuviese un domicilio fijo, podrías ir a buscarme allí y me encontrarías. Pero yo soy como el Espíritu, que nadie sabe de dónde viene ni a dónde va. Hoy estoy aquí, pero mañana ya no. Tienes, pues, amigo, dos opciones: o te vienes conmigo ahora mismo, o nunca jamás.
No es que Jesús fuese inhumano; es que Él bien sabía que lo que no se hace en el instante, ya no se hará nunca. Por eso insta a los que llama a no pensárselo demasiado, ni a darle demasiadas vueltas al asunto: porque el exceso de análisis produce parálisis.
En su libro Etapas en el camino de la vida, el filósofo danés Sören Kierkegaard (1813-1855) escribió esta frase maravillosa y verdadera: “Si se quiere tener éxito en algo, hay que hacerlo inmediatamente, porque inmediatamente es la más divina de todas las categorías, y porque ella es en la vida el punto de partida de lo divino, de suerte que lo que no se hace inmediatamente entra en la categoría del mal”.
A Judas, en la última cena, Jesús le dijo: “Lo que tengas que hacer, hazlo pronto” (Juan 13, 21). Así obraba él, y así quería que obraran también los suyos. “Judas, ¿vas a venderme, a traicionarme? ¡Claro que vas a hacerlo, yo lo sé! Pues bien, así como me seguiste un día, así deshazte de mí: pronto”.
¡Ah, aún no se ha dicho nada sobre Jesús como maestro indiscutible en el arte de tomar decisiones! Sirva este humilde artículo para que alguien continúe mucho más rigurosamente la tarea aquí emprendida. ¡Hay material para más de un libro! Pero, eso sí, si se le ocurrió hacerlo, debe poner manos a la obra inmediatamente, pues de lo contrario ya no lo hará.
Eso es seguro.
*El P. Juan Jesús Priego es vocero de la Arquidiócesis de San Luis Potosí.
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