Después de varias semanas de inmovilidad esperando que el tobillo se recuperara del esguince, el médico por fin me mandó a rehabilitación para recuperar el movimiento “normal” del pie.
El fisioterapeuta, un joven muy paciente y platicador, me iba explicando el porqué de cada uno de los ejercicios que parecían tan simples, pero a mí me resultaban tan difíciles y cansados; finalmente su trabajo consistía en utilizar lo necesario para lograr restaurar las funciones del cuerpo, en este caso mi pie, y lograr así recuperar la salud y la calidad de vida.
Omar me enseñó que poco a poco, venciendo la resistencia natural al esfuerzo y la molestia que me causaba la terapia, tendría que volver a caminar bien, a “enseñar” al pie a obedecer las órdenes que recibía desde el cerebro y no ceder a la comodidad que podría dejarlo dañado para siempre.
Me contaba historias de otros pacientes con padecimientos neurológicos y la importancia de motivarlos a valerse por sí mismos, evitando suplirlos en actividades que ellos pudieran realizar, aunque fuera con esfuerzo. Así que conforme fueron pasando las sesiones, aquella hora de rehabilitación se fue convirtiendo para mí en una lección de vida mientras recordaba aquella frase de Orientación Familiar para la educación de los hijos: “toda ayuda innecesaria es una limitación para quien la recibe”.
No solo el cuerpo necesita de rehabilitación para recuperarse, también el corazón y el alma cuando sufren un “accidente”. Eventos inesperados e inexplicables que se presentan cambiando nuestros proyectos y que nos obligan a hacer un alto, a reflexionar lo necesario para luego levantarse y reiniciar el camino con esfuerzo, constancia y el dolor que se va venciendo poco a poco, porque la inteligencia motiva y guía a la voluntad fortaleciéndola.
En el caminar por la vida todos somos “terapeutas”, con los hijos enseñándoles que el camino a la libertad implica el esfuerzo constante de ejercitar las alas, con los amigos para un buen consejo, con los papás para motivar su vida, con los que sufren a nuestro alrededor con una palabra de esperanza. No podemos hacer su trabajo, pero podemos acompañarlos y motivarlos.
Y siempre, siempre, ahí está Dios, en cada evento feliz y en cada evento difícil. Él es el gran terapeuta, el gran educador, el gran amigo, el Maestro que en cada paso nos acompaña y espera que aprendamos la lección. El Padre que nos ama y quiere lo mejor para nosotros y por nuestro bien, pacientemente espera que demos paso por paso. Descubrirlo en cada momento de nuestra vida nos dará la paz interior para aceptar aún aquello que no comprendemos.
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