Columna invitada

El ‘Chapulín’ brincó muy alto. ¡Adiós!

Su paso por la vida seguramente no quedará registrado en los libros de la historia, pero hizo historia.

Él fue un hombre de lucha con una plena consciencia de su misión en la vida, de la que no quiso desperdiciar ni un momento porque, según lo escribió: “nunca se termina de cumplir con el deber”.

Su legado quedó impregnado y dejó una profunda huella en la vida de un sinnúmero de jóvenes a los que contagió de sus ideales, y que con el paso del tiempo se fueron convirtiendo en líderes sociales, sacerdotes, comunicadores, políticos y hombres y mujeres de bien.

Quien tuvo la suerte de compartir con Alejandro algún momento de su vida, siempre salió enriquecido con un buen consejo o un merecido regaño, un libro (prestado o regalado) y con una o muchas inquietudes de esas que no dan tregua a la consciencia.

Su fallecimiento nos sorprendió, cientos de pésames y emotivos mensajes llegaron a su familia y sus amigos cercanos, condoliéndose por su sorpresiva muerte.

Leí en las redes sociales testimonios impresionantes, resaltando sus muchas cualidades y reconocimientos como científico, historiador, pintor, empresario, poeta, escultor, humanista, pero sobre todo por su vocación de maestro con una visión trascendente de buen cristiano y buen ciudadano, empeñado en trabajar por el reinado de Cristo, vocación por la que renunció a muchas oportunidades de éxito profesional.

Atrás de los homenajes que hoy merecidamente recibe y de esa vida que impactó a tantas personas que a su vez han trascendido, hay una historia llena de luchas, de altibajos, de triunfos y derrotas, de incomprensiones, injusticias y errores, y una voluntad férrea para levantarse y volver a empezar las veces que fuera necesario.

Fue un niño prodigio, tímido e inseguro, que prefería leer el Atlas de Geografía debajo de su cama que jugar canicas con sus hermanos, lo que le permitió ganar, a los ocho años, el premio de los 64,000, un programa de concursos de TV de aquellos años; fue un adolescente que obtenía las mejores calificaciones en todas las materias, excepto en religión, porque se negaba a responder los exámenes desafiando a los religiosos de su colegio.

Fue un joven con la imagen de un padre exitoso, autoritario y no creyente, y un hermano mayor que le transmitió el camino de la fe, la confianza en sí mismo, el idealismo y la sed de Dios.

Con su conversión se hizo un ávido estudioso del catecismo, la doctrina social de la Iglesia, las encíclicas y las vidas de los santos, de los que después impartía cursos y organizaba concursos con sus alumnos.

Se transformó en un hombre inquieto, creativo y nervioso, que no dejaba nunca de pensar y moverse brincando de un lado a otro mientras platicaba, daba clases, impartía una charla, o intentaba dormir a un hijo; por eso el mote del “Chapulín” se le quedó para siempre.

Muchas veces se le veía malhumorado, ocultando su gran sensibilidad y negando la emotividad que quedó plasmada en sus poesías.

El sacrificio fue una constante en su vida, y el dolor de la muerte de su primera esposa  y del hijo mayor de su segundo matrimonio, lo marcaron para siempre, pero no quebrantaron su fe ni su espíritu de apostolado y servicio.

Imposible saber a cuántas vidas transformó y les dio sentido al ayudarles a encontrar su propia vocación y a través de ella el servicio a Dios, a la Iglesia y a la sociedad.

Pocos días antes de morir me confió: “Ya me voy, he perdido la pasión por la vida”. Sus palabras no fueron de desaliento ni desesperanza, sino de aquel que sabe que ha cumplido su misión. Su despedida me recordó las palabras de San Pablo, uno de sus santos preferidos: “He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe”

El covid se lo llevó con la misma prisa con que quiso vivir la vida, recibiendo además los sacramentos y la indulgencia plenaria.

El “niño prodigio”, el “niño de los 64000”, el formador de jóvenes, el Chapulín, aspiró siempre al premio mayor.

Es la vida una carrera
que hay que correr con ardor,
Y saltar por la barrera
del cansancio y del dolor,
Cierto es que en la adversidad
se forja la voluntad,
ella es la que nos conmina
el esfuerzo sostener,
porque nunca se termina
de cumplir con el deber.

Consuelo Mendoza García

Consuelo Mendoza es conferencista y la presidenta de la Alianza Iberoamericana de la Familia. Es la primera mujer que ha presidido la Unión Nacional de Padres de Familia, a nivel estatal en Jalisco (2001 – 2008) y después a nivel nacional (2009 – 2017). Estudió la licenciatura en Derecho en la UNAM, licenciatura en Ciencias de la Educación en el Instituto de Enlaces Educativos, maestría de Ciencias de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela España y maestría en Neurocognición y Aprendizaje en el Instituto de Enlaces Educativos.

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