Con el miércoles de ceniza se inicia la Cuaresma, son cuarenta días que nos recuerdan los 40 días que duró el diluvio sobre la tierra (Cf. Gn 7,17); los 40 años que anduvo el pueblo de Israel por el desierto antes de llegar a la tierra prometida (Cf. Ex 16,35); los 40 días que estuvo Moisés en el Sinaí y recibió las palabras de la alianza, “las diez palabras” (Cf. Ex 34,28); los 40 días que estuvo Jesús en el desierto sin comer nada, siendo tentado por el diablo (Cf. Mt 4,2).

Son cuarenta días que nos invitarán a prepararnos para entrar en el corazón de nuestra fe, meditando la pasión muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. El pueblo de Israel fue llevado por el desierto durante cuarenta años para que conociera lo que había en su corazón: murmuraron porque tenían hambre y sed, se hicieron un becerro de oro porque querían un ídolo (dios) como lo tenían los otros pueblos; pero también conoció la fidelidad de Dios, porque a pesar de dudar constantemente de Él, Dios nunca lo abandonó, sino que lo llevo a la tierra prometida. También Jesús fue llevado al desierto donde, al igual que el pueblo de Israel, fue tentado, pero a diferencia de éste, Jesús mostrará su fidelidad a Dios venciendo las tentaciones, cumpliendo la Palabra que el pueblo de Israel había recibido de parte de Dios: “Escucha Israel: El Señor es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4-5).

También nosotros empezamos un tiempo en el desierto, la liturgia nos invitará a la conversión. El miércoles de ceniza se nos invita al ayuno y la abstinencia, una práctica que nos lleva a mortificar el cuerpo, a privarnos un poco del alimento, poder responder como Jesús:No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).

Por eso, la palabra de Dios nos acompañará domingo a domingo introduciéndonos en el combate de la cuaresma, dándonos las herramientas necesarias: ayuno, oración y limosna. El primer domingo nos llevará al desierto para ser tentados por el demonio y quizá descubramos que nosotros no podemos vencer las tentaciones, pero también podremos ver, que hay uno que ha vencido y vence al maligno por nosotros: Cristo. En el segundo domingo, con la Transfiguración de nuestro Señor, Jesús mostrará a los apóstoles una prenda de su Gloria, buscando que el escándalo de la cruz estuviera presidido con la certeza de que él era el mesías. Con el pasaje de la Samaritana, del tercer domingo de cuaresma, tenemos la oportunidad de experimentar la misericordia del Señor, Jesús, que nos conoce en lo más íntimo de nuestro ser, y no nos desprecia, al contrario, nos ama profundamente. Hacia el cuarto domingo, Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento, como es lógico, un ciego no puede ver, si trasladamos esto al sentido espiritual, un “ciego espiritual” no puede ver el amor de Dios,

Cristo quiere encontrarse con nosotros para que podamos ver el amor de Dios en nuestras vidas, por eso nos toca con su palabra, nos cura, nos devuelve la vista, para que podamos dar testimonio de su poder. En el último domingo de la cuaresma, Cristo resucita a Lázaro, quién, sino sólo Dios, tiene el poder de dar la vida. Jesús podría haber ido inmediatamente al encuentro de su amigo cuando recibió la noticia de que estaba enfermo, pero Cristo no quería curar a un enfermo, sino resucitarlo.

El camino de la cuaresma y la Semana Santa, nos lleva al corazón de nuestra fe, a la noche de las noches, a la Vigilia Pascual, donde el Señor vence la muerte y nos resucita con él, vivamos con piedad este tiempo dejemos que la palabra entre en nuestro corazón y produzca en nosotros frutos de vida eterna.

Mons. Andrés Luis García Jasso

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 24 de agosto de 2021. Es el primer obispo mexicano emanado del Camino Neocatecumenal.

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