En la vida hay muchos caminos, y Dios nos hizo libres para escoger el nuestro.
Una periodista de una televisora francesa me preguntó qué opinaba de que me califican como avanzado en cuestiones sociales, pero conservador en lo moral. Mi respuesta inmediata, sin pensarla demasiado, fue que me siento feliz de ser conservador, que así he decidido ser y así quiero seguir siendo: conservador de los valores del Evangelio. Estoy convencido de que esos valores son los que pueden salvar al mundo de sus pandemias sociales, morales, políticas, económicas, ecológicas e incluso religiosas.
Hace ya casi 41 años, escribí mi testamento, que no tiene que ver con cosas materiales que pueda dejar, pues he decidido no tener casa ni otras propiedades, más que mi vehículo, mi computadora, algunos libros y mi ropa personal. En mi testamento, quiero compartir mi experiencia de vida, que resumí de esta manera:
“Estando próximo a cumplir cuarenta años y sabiendo que el Señor en cualquier momento me puede decir “Ven”, quiero expresar lo siguiente: ¡¡¡ VALE LA PENA HACERLE CASO AL SEÑOR !!! Lo que Él nos dice y el camino que El nos propone es el medio más seguro para ser feliz, para ser alguien, para que la vida tenga sentido.
De esto me he convencido por experiencia de mi propia vida. Y como he tenido oportunidad de conocer a mucha gente en un nivel muy profundo, puedo decir con toda seguridad que, mientras alguien no se decida a hacerle caso al Señor, mientras no acepte practicar su Palabra, nunca va a encontrar la paz interior total, nunca va a ser plenamente feliz, por más cosas, dinero o experiencias sensibles que pueda tener.
Personalmente, me siento lleno de vida, salud, paz, esperanza y seguridad; me considero muy fecundo y realizado… Y todo esto que considero haber logrado y que me hace profundamente feliz, me lo explico no porque yo sea muy capaz o muy inteligente, sino porque el Señor ha estado conmigo y porque he procurado hacerle caso al camino que
El me ha enseñado.
A la vez, puedo decir que cuando me he dejado llevar por el medio ambiente o por mis propias inclinaciones, y no he vivido conforme a su Palabra, me he sentido triste, solo, angustiado, con temor y sin paz interior. Pero El me comprende más que yo a mí mismo; me da nuevas fuerzas y, con El, voy luchando y triunfando.
Por experiencia de mi vida, puedo asegurar que VALE LA PENA HACERLE CASO AL SEÑOR.
Cómo quisiera que todo el mundo conociera a Jesús, que hiciera la experiencia de dejarse conducir por El… Toda su vida cambiaría. Y para quien no me crea, sólo le sugeriría que hiciera la prueba. Este es el principal mensaje que quisiera dejar… Pido perdón a todos y que el Señor se apiade de mí”.
Esto lo ratifiqué el 1 de mayo de 2004, y lo sigo ratificando hasta el presente. Por ello, en mi escudo episcopal puse esta frase: ¡Cristo, único camino! Es mi convicción más profunda.
El Papa Francisco, en la homilía del 25 de noviembre, cuando nos creó cardenales de la Iglesia, nos dijo algo muy claro, que ojalá todos tuviéramos en cuenta:
“El camino es el lugar donde se realiza la escena que describe el evangelista Marcos (10, 32-45). Y es el lugar donde se desarrolla siempre la trayectoria de la Iglesia: el camino de la vida, de la historia, que es historia de salvación en la medida en que se hace con Cristo, orientado a su Misterio pascual. Jerusalén siempre está ante nosotros. La cruz y la resurrección pertenecen a nuestra historia, son nuestro presente, pero también son la meta de nuestro camino. Él mismo es este camino. «Yo soy el camino» (Jn 14,6). Este camino, y ningún otro”.
Al recordarnos la petición de los apóstoles Juan y Santiago: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda», el Papa nos expresó: “Este es otro camino. No es el camino de Jesús, es otro. Es el camino de quien, quizás, sin ni siquiera darse cuenta, “usa” al Señor para promoverse a sí mismo; de quien —como dice san Pablo— busca su propio interés, no el de Cristo (cf. Flp 2,21).
Todos nosotros queremos a Jesús, todos deseamos seguirlo, pero tenemos que estar siempre vigilantes para permanecer en su camino. Porque con los pies, con el cuerpo podemos estar con Él, pero nuestro corazón puede estar lejos y llevarnos fuera del camino. Pensemos en los muchos tipos de corrupción en la vida sacerdotal. Así, por ejemplo, el rojo púrpura del hábito cardenalicio, que es el color de la sangre, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente. Y tú ya no serás el pastor cercano al pueblo, sentirás que eres sólo “la eminencia”. Cuando sientas esto, estarás fuera del camino.
También nosotros, Papa y cardenales, tenemos que reflejarnos siempre en esta Palabra de verdad. Es una espada afilada, nos corta, es dolorosa, pero al mismo tiempo nos cura, nos libera, nos convierte. Conversión es justamente esto: desde fuera del camino, volver al camino de Dios. Que el Espíritu Santo nos conceda, hoy y siempre, esta gracia”.
Decidámonos a seguir siempre el camino de Jesús, que no es el camino del mundo. Que el Espíritu Santo nos asista.
*Mons. Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
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