Dice un viejo refrán que “el buen juez por su casa empieza” y es que muchas veces estamos muy atentos para juzgar los actos y las intenciones de las demás personas sin reparar en todas las fallas que tenemos en lo personal o en familia; juzgamos con severidad a los demás, pero somos condescendientes con los nuestros y con nosotros mismos, encontrando siempre una justificación para nuestras acciones u omisiones.
Los católicos no estamos exentos de caer en estas faltas, pues aunque el mandamiento nos dice “amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”, muchas veces no nos esforzamos lo suficiente por vivir y practicar la caridad en nuestra propia Iglesia; así algunos cuestionan al Papa Francisco, otros a los obispos y lo más común, a nuestros párrocos y sacerdotes.
Quizá nos hemos acostumbrado a su servicio, a tenerlos “a la mano” para todo lo que requerimos, desde la confesión hasta la bendición de un auto, exigiendo su atención sin agradecer su generosidad y disposición, sin preocuparnos por su persona y sus propias necesidades, sin apoyarlos en el apostolado o la gran cantidad de tareas que implica el cargo de una parroquia, sin vivir la caridad con ellos y convirtiéndonos muchas veces en sus más grandes críticos.
Nuestra Fe y nuestras prácticas religiosas, es decir, nuestra vida como verdaderos cristianos no pueden depender de la empatía con nuestros sacerdotes, ni del funcionamiento adecuado o no de los servicios de las parroquias; en este ambiente de crisis que se manifiesta en todos los ámbitos: familia, sociedad, política; nuestra iglesia también en crisis, tiene un papel fundamental para la construcción de la paz que tanto necesitamos, y cada parroquia, cada templo a los que le damos vida los creyentes, debe convertirse en un centro de promoción de la paz y de amor al prójimo, en un lugar de acogida donde todos puedan percibir las caricias de Dios.
Es un trabajo personal con una gran trascendencia social por la fuerza de la oración y por las diferentes actividades que a través de grupos, apostolados o movimientos se puedan establecer en beneficio de la comunidad y por la unidad que debe reflejar ante los demás como fruto del amor entre hermanos ¿Lograremos algún día llamar su atención y mover su corazón como los primeros cristianos? “Mirad como se aman”
Todos tenemos algo que hacer, todos tenemos algo que agradecer, todos tenemos un compromiso con nuestra iglesia, comenzando por el primer contacto a través de la parroquia.
“El padre no es un buen orador”, fue mi primera impresión y primer comentario cuando llegué a mi actual parroquia. Debo confesar la vergüenza que hoy me produce haber hecho ese comentario, no porque haya mejorado su voz en la homilías, sino porque ahora conozco su extraordinaria labor parroquial atendiendo al extenso territorio que le corresponde, con las clases de catecismo repletas de niños, su apoyo y motivación a la Adoración Nocturna y muchos grupos más, su disposición a brindar la confesión constantemente, la gran humildad con la asume su sacerdocio y atiende y escucha a cada feligrés.
Si aprendemos a ver lo bueno de nuestra comunidad, de nuestra iglesia, sembraremos esperanza y cosecharemos paz, que debe ser el sello de distinción de un buen católico.
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