No cabe duda que una de las mejores maneras de representar una escena de consuelo es la imagen de una madre abrazando a su hijo. La compasión, la ternura, la aceptación, el amor; todo queda plasmado en unos brazos que sostienen al hijo sin importar su edad ni condición.
Muchos mexicanos, cuando necesitamos ese abrazo, corremos a la Basílica de Guadalupe para sentirnos abrazados y consolados por nuestra Madre del cielo, que parece siempre estar aguardándonos en su casita; la Virgen que nos dice “¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?”.
Cuando el Covid llegó, sembrando dolor en nuestras familias y nuestro entorno, la incertidumbre y la tristeza nos empujaban a refugiarnos en sus brazos, y aunque sabemos que Ella siempre está con quien la invoque, la imagen de la Basílica, por primera vez desierta y cerrada, nos provocaba una gran desolación y sensación de orfandad.
Las Eucaristías dominicales en la Villa, la homilía siempre llena de esperanza y paz del Sr. Cardenal Carlos Aguiar, su oración dirigida a la Guadalupana pidiendo su protección y auxilio para México y el mundo, han sido un inmenso paliativo para las miles de personas que nos unimos semanalmente a la celebración con la ilusión, además de ver muy cerquita a la Virgen y con la confianza que nos da la fe de que Ella también nos está mirando.
Nuestra Iglesia ha hecho una enorme y valiosa labor para servicio de sus fieles, aprovechando todas las redes y herramientas electrónicas a su alcance.
Pero ayer, por primera vez después de más de un año, tuve la oportunidad de visitar a la Virgen en su casa. Aún siento la emoción de llegar a la Basílica, de percibir cómo inunda su presencia el atrio y los pasillos, de compartir la alegría de muchos otros que como yo llegaban felices a visitar a la Madre. Nada logra suplir esta experiencia presencial.
Me impresionó el orden que se maneja desde la entrada para visitar a la Virgen o para participar en la Santa Misa, cuidando todos los protocolos y detalles necesarios para evitar contagios; corresponde a los visitantes cumplir con las indicaciones y hacer lo que responsablemente les corresponde.
¡Y por fin, estuve ahí, la vi y me vio! le platiqué “en persona” todo lo que necesitaba compartirle, y Ella, como buena Madre, me escuchó. Sentí su abrazo en lo más profundo del corazón. Un abrazo que sana, que conforta, que llena de paz y de esperanza.
“¿No estás por ventura en mi regazo? ¿qué más has menester? No te apene ni te inquiete cosa alguna”.
María de Guadalupe es mi Madre, es la Madre de todos los mexicanos. Pidamos su abrazo protector para nuestras familias y nuestro querido México. Nunca nos dejará solos.
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
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