La guerra brutal, estúpida (como todas las guerras) emprendida por el aprendiz de zar imperial Vladimir Putin y sus generalotes en contra de Ucrania, ha producido una andanada de condenas en todo el mundo. No podía ser de otra manera. El Papa Francisco la ha calificado de “diabólica”.
En el fondo de todo este drama –en el que mueren niños—está la derrota de la humanidad. No hemos sabido educar para la paz. No hemos tenido las herramientas para comunicar el esplendor de la verdad. La belleza de la Creación. El respeto por la dignidad del ser humano.
La célebre María Montessori lo dijo de forma contundente: “Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia y éste es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”.
¿Qué significa educar para la paz? Transformarnos en sus instrumentos, como dice la oración de San Francisco de Asís. Resumo en una frase: donde hay discordia que yo (no cualquiera) ponga unión. El Papa nos ha enseñado a tender puentes. A no levantar muros. Y el primer puente que deberíamos tender es el de la comprensión del otro.
“Todo lo que se comprende está bien”, expuso Óscar Wilde desde la cárcel: de la comprensión nace la amistad. Y de la amistad, la civilización.
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